lunes, 4 de junio de 2007

El noble, el soldado y el monje


Si nos acercamos a la historia literaria de España nos encontramos de repente ante una realidad característica: los escritores más grandes del Siglo de Oro fueron soldados o monjes. La Iglesia y el Ejército hicieron posible el imperio ecuménico. Y gran parte de unos y otros pertenecieron a la nobleza. En un libro publicado recientemente en Italia, Il soldato gentiluomo –Autoritratto d´una societá guerriera: la Spagna del Cinquecento, Bolonia 1984, el profesor Rafaelle Puddu vuelve sobre el tema, en páginas de una gran sutileza crítica y de una gran actualidad. En un momento en que se nos quiere convertir a una sociedad de masas, cada vez más fantasmal y despegada de la realidad, este libro demuestra claramente que el hombre español lo que ambicionó a lo largo de sus mejores siglos fue convertirse en noble. Mientras en Francia todo fluye hacia la sociedad burguesa y el ejército mismo de la revolución iba a ser un ejército pequeño-burgués, empapado de ideales revolucionarios, destructores de cualquier libertad en Francia como en Europa, el ejército español se convirtió en una milicia de la pequeña nobleza, ambiente ideal para la creación de una nueva aristocracia y que llevará el peso de las grandes batallas  tanto ante Granada, como en Pavía y Mühlberg. Las mejores tropas de Carlos I fueron las españolas, vencedoras en todos los frentes. Si pensamos en Sancho Panza, como ejemplo, nos damos cuenta de que, al final de la primera parte del Quijote, el plebeyo campesino se había transformado poco a poco, en  contacto con los ideales aristocráticos del amo, en un pequeño caballero, tal como aparecerá a lo largo de toda la segunda parte de la novela cervantina.

Mientras Francia y otros países europeos, dirigidos por el espíritu maquiavélico condensado en El príncipe, van hacia una masificación del espíritu militar, en España, escribe Puddu, “la máxima aspiración de los populares no era la de derribar a la jerarquía del linaje, del poder o de la riqueza, sino de conquistar un status lo más posible aristocrático sirviendo al soberano, único patrono digno de un gentilhombre. El espíritu público castellano estaba caracterizado por el respeto de la tradición, de la ortodoxia y de la autoridad. “ La diferencia social entre unos ejércitos, educados en un espíritu cada vez más burgués, como sucedió no sólo en Francia, sino también en la Inglaterra de Cromwell, y el ejército español ceñido a la idea de élite, fue grande a lo largo de muchos siglos. En su libro El hidalgo y el honor, Alfonso García Valdecasas demostró lo mismo, poniendo de relieve la misma ambición que aguijoneaba a las clases bajas, en los siglos XVI y XVII en España y las empujaba a través del sentimiento de la honra, hacia ideales aristocráticos. El teatro de Lope de Vega supo ilustrar esta pugna.

Es así como España, sobre todo a través de Castilla, se vuelve una nación militar con ideales propios y transforma a los españoles en hidalgos, ante una sociedad europea cada vez más apegada a ideales materialistas y comerciales. Por este motivo, quizá los españoles no simpatizaron con Erasmo de Rótterdam, famoso por su antimilitarismo, entre otras cosas, y tampoco con un Maquiavelo cínico y ateo, cuya manera de enfocar el Estado no coincidía con la de los españoles. Durante dos siglos, los ideales españoles se imponen a los demás, justamente porque los ideales aristocráticos que empapaban la mentalidad de los tercios fueron capaces de crear un tipo humano de una valentía sin par, movido por ideas y convicciones evidentemente superiores a las de las demás naciones. También la disciplina de los tercios hundía sus raíces en la misma realidad.

El monje es complementario de este espíritu. Su actuación se integra también en una milicia, que se volverá “compañía” con Ignacio de Loyola, pero dominicos, franciscanos o jerónimos forman parte de la misma mentalidad que procede de las órdenes caballerescas de la Edad Media y que encuentran en España y sobre todo en Castilla un terreno muy propicio para el cultivo de sus principios. Se puede ser monje perteneciente a una orden humilde, basada en la plegaria y la limosna, pero el “esprit de corps” es el mismo. Y el escritor pertenecerá a la misma idea de servir con sus escritos en el marco de la misma sumisión, en el sentido medieval de la palabra. Por este motivo, la historia de España en general, como la de la literatura española en especial, son tan genuinas y originales. Cualquier actuación implicaba aquí una actitud caballeresca que se traducía en batallas y milicias en nombre de algo que era, unificados los ideales en un solo fin: Realeza, Estado, Letras, Religión se volvían una sola fe. Por este motivo, resulta imposible separar la Iglesia de lo que fue España, sobre todo en sus momentos de mejor entrega a sí misma.

Juan Dacio (Vintila Horia) en El Alcázar (fecha desconocida)





1 comentario:

Álvaro dijo...

Da gusto leer estas cosas