La prensa occidental, una vez concluido el encuentro de
Ginebra entre Reagan y Gorbachov, ha echado las campanas al vuelo
anunciando al mundo un cambio importante en le régimen soviético. Un nueva
distensión, una suavización y posibles cambios en la vida intelectual de la
URSS. Después de decenios de censura, persecución y marginación de los mejores
cerebros, después de las nubes de la era Breznev, el comunismo se estaba
dirigiendo hacia un próximo y feliz matrimonio con la libertad. Prueba de ello:
una reciente reunión de los escritores de todas las repúblicas soviéticas, en
cuyo marco el poeta Evtuchenko se atrevió a criticar al régimen y a
pedir una reforma del sistema de censura. Fragmentos de la intervención de Evtuchenko
fueron publicados por la Literaturnaia Gazeta, lo que confirmó el
optimismo de los optimistas. Es posible, pensaron, que más bien pronto que
tarde el gobierno de Gorbachov revise su actitud ante la libertad de
creación y ante los derechos humanos.
¿Cuántas veces en la historia del comunismo soviético ha
sucedido lo mismo? Este proceso de liberalización se ha producido cada diez o
quince años, tanto en la URSS como en otros países sometidos por Moscú. Durante
estos periodos, en Rumanía, Polonia, Checoslovaquia o Hungría, el gobierno afloja
la presión, los escritores y artistas tienen permiso para crear de acuerdo con
sus ideas y menos con las del partido, y esto coincide con cierta abundancia en
el mercado. Hay más pan, menos colas ante las tiendas, más alimentos en la
cesta. Entonces la gente vuelve a ser optimista, los novelistas y los poetas se
dedican a escribir libros normales, que llegan incluso a ser traducidos a los
idiomas occidentales y se habla del fin de la guerra fría y del comienzo de una
época de distensión. ¿Cuánto durará? Esta es la pregunta. Tanto como siempre,
es la respuesta. Luego, una vez detectadas las voces peligrosas para el
régimen, este volverá a lo que es en su esencia, castigará a los imprudentes y
recompensará a los fieles. Durante otro periodo de diez años, el espacio de las
tinieblas volverá a su propia oscuridad.
En realidad, tal como lo saben los especialistas, el régimen
comunista no puede cambiar, aunque lo quisiera, no podrá nunca liberalizarse,
porque dejaría de ser comunista, se transformaría en otra cosa y esto no puede
ser tolerado por nadie. La misma rebeldía de Evtuchenko no es, dentro de
este marco, sino una táctica del partido que solo tolera lo que considera como
políticamente útil al régimen. Los gritos de algún que otro poeta son
sistemáticamente explotados con el fin de poner de relieve las nuevas
aspiraciones liberales del dictador de turno. Luego todo vuelve a su cauce. Sin
embargo, a los disidentes en serio, como a Solzhenitsin o a Sajarov,
nadie los escuchará hablando en un congreso de escritores dentro de la URSS.
Existe en Occidente la tendencia a creer que el comunismo posee una cara
inocente también y que, un día u otro, aparecerá en su pura desnudez, dominando
el escenario. Esto no es cierto. El comunismo, hasta en las artes, tiene una
sola cara y el ritmo del sistema ha sido impuesto, al espacio que domina, en
1918, menos de un año después del estallido de la revolución, cuando Lenin
creó los primeros gulags. Desde entonces, este no hizo sino proliferar, dejando
atrás periodos de liberalización que ni siquiera se merecían este nombre y que
solo eran permitidos con el fin de abrir puertas hacia la propaganda y la falsa
esperanza. Cuando la esperanza se estaba transformando en rebeldía, entonces
las puertas volvían a cerrarse, con más estruendo que nunca en el pasado.
Hubo rebeldía de masas en Hungría y Checoslovaquia,
rebeldías de mineros y campesinos en Rumania, de intelectuales y obreros en
Polonia, pero esto no sirvió para nada. Solo se trataba de algún que otro test
psicológico en el marco de la opresión. La revolución no cambiará, sino con
otra revolución. Y esto, por el momento, no parece posible. Probable, sí, pero
esto es harina de otro costal. Hay en este momento en la URSS mil prisioneros,
o encarcelados llamados “de conciencia”, entre ellos el mismo Sajarov.
Occidente lo ignora. Sus nombres y apellidos, su vida, su culpa, sus
años de condena aparecen en un libro recientemente editado por la Asociación Internacional
para los Derechos Humanos. Periodistas, escritores, médicos, ingenieros,
profesores y maestros, curas y diáconos, mil inocentes están en la cárcel
porque no aceptan el régimen, no por otro motivo, y la mayor parte de ellos están
sometidos a las torturas aplicadas en las clínicas psiquiátricas. En cuanto el régimen
haya encarcelado diez mil, lo que es previsible para el fin de siglo, entonces
la revolución va a ser posible.
Juan Dacio (Vintila Horia), en El Alcázar (fecha desconocida)