miércoles, 17 de octubre de 2007

Cultura por encima de los partidos


Ninguno de los partidos del llamado “cambio” ha sido capaz hasta ahora de crear cultura. Se han publicado libros, programas, hubo intentos de revistas, fracasos a la derecha como a la izquierda. Y los mismos libros no han hecho sino volver sobre ideas anticuadas, demostrando el hecho de que dentro de un partido no es posible hacer futuro, no sólo desde el punto de vista político, que hubiera sido lo más inmediatamente deseable, sino tampoco desde el punto de vista cultural. La novedad y el progreso están en otro sitio, cada vez más alejado de la perspectiva parcial y avejentada de las grandes y pequeñas agrupaciones políticas de corte más o menos democrático. En un libro de Stan M. Popescu (Autopsia de la democracia, Editorial Euthymia,, Buenos Aires, 1984) aparecen muy claras las causas de esta arritmia democrática; y utilizo aquí el concepto de democracia en el sentido más amplio posible, ya que hasta los estalinistas se autoproclaman como fieles adeptos de la democracia. Los partidos, o sea, tal y como el mismo concepto lo expresa, son partes de la realidad política y social, simples parcialidades incapaces de expresar sino unos fragmentos disfrazados de totalidad. ¿Cómo gobernar eficazmente a un conjunto social, tan grande y tan complejo como es España, con criterios de partido, una totalidad con la ayuda de una parcialidad, utilizándose, además, para colmo de la inadecuación, la igualdad como criterio mayor de dicha interpretación? La igualdad, en este sentido, implica una posibilidad de aplicación general al que el mismo concepto de partido, o de parcialidad, rechaza y anula. ¿Y a qué tipo de libertad nos podemos esperar por parte de los demócratas gorbachovistas o jaruselskianos, incapaces de otorgar la más mínima libertad a los desgraciados ciudadanos caídos en sus demócratas manos? Las contradicciones son tales, en el marco de la democracia actual, y sobre todo en Europa, como para poner ellas mismas de relieve la distancia que separa sus doctrinas, y sus prácticas, de la realidad contemporánea. Por este motivo ni en Francia ni aquí, o en Italia y Portugal, o en los países hispanoamericanos, la democracia es capaz de producir cultura.

Por este motivo también la revista más viva y más constructiva, la más atenta a la novedad filosófica, científica y literaria sea Punto y Coma (número 2, director Juan Isidro Palacios, Madrid, diciembre de 1985), poco atenta a las nimiedades políticas del actual momento español y europeo y muy dada a comentar hechos, acontecimientos y autores profundamente insertos en la mente del hombre que algo tiene que ver con el futuro. Recorramos un poco el sumario.

Este año ha fallecido uno de los representantes más interesantes de la ciencia política, del que se ha hablado poco aquí. Me refiero a Carl Schmitt. Guillaume Faye alude a él en un artículo titulado “Redimir lo político”, en un sentido no muy alejado de lo que decíamos antes. Si lo político no se redime, perecerá, tarde o temprano, sin dejar huellas de nostalgia en las almas. También este año se cumple el primer centenario de Ezra Pound. Tres autores le dedican en la revista ensayos de desigual pero entrañable valor. Sin embargo, el tema central de Punto y Coma es el Héroe, enfocado a través del símbolo y del mito en el marco cultural y religioso de lo tradicional. ¿Por qué vamos a ver Rambo? ¿Por qué nos repelen los falsos héroes políticos y por qué fracasan las manifestaciones públicas a favor de un líder político o de otro? ¿Por qué los presuntos electores no van a votar y el porcentaje de la abstención es cada vez más grande y más inquietante para los demócratas, cada vez más solos encima de una mayoría silenciosa, por el momento, que los rechaza no como personas sino como representantes de algo poco representativo? ¿Por qué ha tenido tanto éxito Tolkien y sigue teniéndolo? La literatura fantástica, como el cine del mismo color, sustituyen en la consciencia y en el subconsciente del hombre de hoy a todos los héroes fracasados de las varias democracias que gobiernan el mundo. Lo heroico se une a lo religioso (los dos valores despreciados y exiliados por las democracias) con el fin de tratar de edificar una realidad paralela, fantástica sólo en sus aspectos exteriores. Si el racionalismo humanista ha creado utopías, a menudo destructoras del ser humano, como del Ser, alcanzando niveles de genocidio tan evidentes como las situaciones creadas por el humanismo comunista en los países del Este, entonces algo dentro de nosotros tiene el derecho de rechazar esta tremenda y letal filosofía, para reemplazarla por otra. De manera intuitiva la psique ha seguido los caminos más hondos del inconsciente colectivo y ha aterrizado en aquel rincón del pasado donde ha podido encontrar situaciones y héroes completamente diferentes de los dirigentes de la sociedad democrática. Esta literatura es antagónica con respecto de la otra, siendo esta otra la putrefacción de lo literario, como representante de la putrefacción de lo político en el marco del realismo socialista, o bien como literatura representativa de la decadencia de Occidente, en escritores como Faulkner, por ejemplo, o Joyce. La literatura fantástica (¿y no es Ernesto Jünger un escritor “fantástico” en su novela En los acantilados de mármol o en Heliópolis?) no hace sino dar cuerpo al sueño contemporáneo y a los ideales que este sueño pergeña. En este sentido Tolkien afirma en una carta, hablando de El señor de los anillos, que este libro “... es sin duda una obra religiosa y católica”. Afirmación inesperada, pero tremendamente realista, puesto que pone de relieve aquella relación que el hombre nuevo, o fantástico, establece entre mito y religión, entre lo religioso y su perspectiva de futuro, basada, como decía antes, en un fragmento del pasado lo más opuesto posible a la tristeza actual. “Los autores de esta literatura, escribe Juan Isidro Palacios, nos conducen a situar de nuevo, en el centro de nuestra mente, el Monasterio, el Castillo y el Bosque, con todos sus pobladores...” Y no podía ser de otro modo, porque estos tres conceptos forman lo que Jung llamaba unos “mandalas”, o sea, unos símbolos del centro en cuanto totalidad psíquica. Punto y Coma tendrá que dedicar uno de sus temas centrales a Carlos Gustavo Jung, revelador de estas realidades fantásticas, tan perfectamente fundamentadas en sus libros en el marco de una Psicología que desplazó a la de Freud y supo adherirse a la misma contemporaneidad de la que forman parte Tolkien, Lovecraft y otros escritores, como también tantos científicos y pensadores pertenecientes a nuestra época, en la que está naciendo un ser nuevo y se está muriendo el mal modelo inventado por los humanistas, roto en dos por Descartes y asesinado por los racionalistas revolucionarios.

También el rock es presentado en la revista como un arma del Señor Oscuro, tan en consonancia con la antirreligiosidad y sobre todo el anticristianismo cultivados por el libertinaje democrático. Es tanto, en este momento, el daño que los sistemas políticos edificados sobre los prejuicios del siglo pasado hacen al ser humano que casi no me atrevía, desde el fondo que alcanzamos, esperar la aparición de una revista como Punto y Coma y me alegro en el alma que el contenido de este número 2 no tenga nada que ver con la política, en el sentido pedestre de la palabra, y tampoco con la polémica barata.

También se publica una entrevista con Fernando Sánchez Dragó, bastante sorprendente e inesperada, pero, por este mismo motivo, rica en enseñanzas y pensamientos. Pero no siempre, desafortunadamente. Creo que este escritor tan inteligente y de tan vasta cultura, no ha encontrado todavía su norte. Está como buscando dónde posar sus alas cansadas de tanto desengaño, y yo lo comprendo perfectamente. Forma parte del cansancio general de los intelectuales más auténticos. Afirma, por ejemplo, que la Universidad, en tiempos de Franco, “... era mejor que la actual, sobre todo porque había menos gente, lo que quizá sea malo para el pueblo, pero bueno para el alumno que se sienta en el aula. Era una Universidad donde todavía había Maestros...” Lo que es terriblemente verdadero. Pero se equivoca, quizá por desconocimiento si no por algo más grave, cuando afirma, hablando de Pound: “Igual que la Divina Comedia es una obra hoy desprovista del contexto en que se escribió, la obra de Pound es pura poesía sin significaciones políticas.” Esto equivale a situarse lejos de Dante y lejos de Pound. Tanto la vida como la obra del poeta florentino se desarrollaron siguiendo hondos cauces políticos, metapolíticos a menudo, pero el drama de aquel hombre, exiliado y muerto lejos de su patria, consiste precisamente en una estricta correlación entre su ser y el contexto en que vivió, entre el yo y su circunstancia. Nunca hubo un drama tan aleccionador en este sentido y es despreciar, o ignorar lo más característico en Dante tratando [sic] de desprenderlo de la vertiente trágica de su existencia y de su literatura, que fue lo político. El que Dante haya sido un vencido y que ninguno de sus esfuerzos, guerreros, doctrinarios y poéticos hayan tenido éxito, no le otorgan sino más tragedia a su vida y a su obra. Del mismo modo, afirmar que “... el motivo por el que Ezra Pound se unió al fascismo fue un motivo estético...” no hace sino alejar a Pound de su drama tan aleccionador y tan actual como el de Dante. Ezra Pound fue un hombre que intuyó perfectamente las causas del mal en nuestro tiempo, y estas no eran sólo estéticas. Consideró a la usura como el mal mayor y se adhirió al fascismo porque vio en él un movimiento más que político, capaz de acabar con la usura y con otros vampiros, por supuesto. Quien es tan anticapitalista como lo fue Pound, es también anticomunista, y no sólo un anárquico, como cree Sánchez Dragó. Marinetti y su Futurismo rimó [sic] también con el fascismo y no sólo desde el punto de vista estético. Creo que el asunto es mucho más grave y se merece más comentarios que este pequeño esbozo mío.

Una verdadera lástima: que Punto y coma sea sólo una revista bimestral.


Vintila Horia, en El Alcázar (fecha desconocida)



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