martes, 6 de noviembre de 2007

La moral y la razón. Sobre una aporía racionalista


Dentro de cuatro años festejaremos, en Europa y alrededores, los dos siglos de edad de la Revolución Francesa. Buen período de tiempo para poder sacar conclusiones y corregir trayectorias. A dónde nos ha llevado el racionalismo, podría ser un primer punto de vista, una primera posibilidad crítica destinada a esclarecer el acontecimiento y sus consecuencias. Todos los que están dentro del asunto (partidos políticos postrevolucionarios, casi todos ellos en la actualidad, filosofía universitaria, masonería, cierto tipo de literatura, cierta psicología, etcétera) tendrán que intervenir en el debate con el fin de dilucidar el tema básico de los tiempos modernos y contemporáneos: ¿Fue favorable al desarrollo del ser humano la revolución de 1789, representó realmente un progreso, o constituyó el primer paso hacia la autodestrucción? Y si consideramos la razón como el motor número uno del cambio, entonces el proceso (con final favorable o no para ella) podrá aparecer desde ya como el proceso más sensacional de todos los tiempos, algo que dejan entrever tanto Dostoievski en sus Endemoniados, como Kafka en su prosa en general. Creo que el regreso a Santo Tomás y el estudio de la obra de Jung, por un lado, como el análisis objetivo, dentro de lo que cabe, de la evolución de los Estados procedentes de la revolución, los Estados montados en el concepto racionalista de la revolución como son los estados comunistas y socialistas actuales, podrán constituir una introducción valedera tanto para la buena marcha del proceso al que antes aludía, como a lo que llamaba el feed back o la corrección de la trayectoria.

Parto desde dos premisas, en mi crónica de hoy, capaces, creo, de plantear, de la manera más correcta posible, el problema que nos preocupa: la primera nos la revela el economista Friedrich A. Hayek, Premio Nobel 1974, la segunda la encuentro en un texto de Husserl, La crisis de la humanidad europea y la filosofía (1977), donde descubrí hace años lo que entonces me gustaba llamar "una aporía husserliana", como luego veremos.

El texto de Hayek, fundamental para cualquier tipo de situación política actual, acaba de aparecer en un libro titulado Libertad, justicia y persona, cuya edición ha sido cuidada por Sergio Ricossa y Enrico de Robilant (Ed. A. Giuffré, Milán, 1985) y que recoge las conferencias más destacadas de un congreso organizado por CIDAS (Centro Italiano de Documentación, Acción y Estudios, de Turín). Escribe Hayek: "Nada expresa mejor las necesarias limitaciones de la razón que el hecho de que, durante los últimos dos siglos, durante los cuales la razón ha sido enfocada en su máxima consideración, el programa político preferido sobre todo por los intelectuales demuestra haber sido la más tonta amenaza de destrucción de nuestra civilización". El proceso, como vemos, empieza mal para los amantes de la razón. Siguiendo este camino llegaremos pronto a lo que podríamos llamar "una crítica de la razón impura". ¿Por qué? Sencillamente, como sigue comentándolo Hayek, porque "...nuestra razón no es suficiente para informarnos acerca de nuestra posición más apropiada dentro de un orden complejo de interacción humana..." El texto del profesor Hayek se titula "Las reglas de la moral no son las conclusiones de nuestra razón", título de por sí elocuente, ya que demuestra de antemano la tesis del autor: las reglas éticas que rigen cualquier tipo de sociedad, desde la más primitiva hasta la más evolucionada, no han sido creadas y tampoco impuestas por la razón sino por la moral, en el marco de la tradición. A lo largo de varios milenios, eliminando lo que no convenía, , experimentando con lo contingente y con lo trascendente, el hombre ha acumulado una serie de reglas y de imposiciones de tipo ético capaz de garantizar la evolución favorable de una polis, hasta el siglo XVIII cuando la revolución, basada en el racionalismo de moda entonces, ha decidido crear una sociedad basada en la improvisación, porque es esta, desgraciadamente, la realidad: un grupo de filósofos llegan a conclusiones contrarias a las de la tradición, destrozan el orden montado encima de la moral tradicional y elaboran un proyecto de sociedad, obra de la razón, o, mejor dicho, de las razones individuales de los que escribieron la Enciclopedia y luego organizaron a Francia según sus propios pensamientos. Dios mismo, y por decreto, fue sustituido por la diosa Razón, con el fin evidente de crear los fundamentos mismos de una nueva tradición, opuesta a la antigua. En este marco, escribe Hayek: "El socialismo se ha desarrollado como un movimiento dirigido contra la moral que ha creado a la civilización occidental". La crítica de Hayek, en el marco de su investigación, se dirige precisamente contra el socialismo, considerado como una doctrina brotada desde la aporía racionalista revolucionaria.

Podrían ser el igualitarismo y los ataques contra la propiedad individual los males más nocivos del socialismo considerado como el fruto político más virulento del racionalismo revolucionario. "Ninguna sociedad igualitaria ha alcanzado jamás una civilización progresista o un elevado nivel de bienestar". En cuanto a la propiedad, Hayek escribe: "Los filósofos escoceses (David Hume entre ellos, n. n.) del siglo XVIII consideraban como signo distintivo del salvaje su incapacidad para reconocer la propiedad; hasta que la seudo-ciencia socialista pretendió saber más y ahora nos amenaza con hacernos retornar a la barbarie". El concepto mismo de revolución nos aparece otra vez como fiel a su significado, o sea, retorno a una situación anterior, por encima de los progresos realizados lenta y seguramente en el marco de la moral tradicional. Bastaría comparar la esfera muy limitada a la que se reduce la razón individual, con la vastedad experimental, en el sentido aristotélico de la palabra, representada por la tradición, que incluye miles o millones de experiencias individuales, para comprender lo que Hayek quiere decirnos. Se trata, como afirma el autor, de una fatal presunción. Lo hecho opuesto a lo derecho, la utopía a la realidad. La sociedad inventada, como es la soviética, basada en lo amoral, porque lo moral representa a la tradición. El infinito dolor del homo sovieticus, que no encuentra siquiera alimentos para sobrevivir, en el marco de un desastre casi universal basado en la homogeneización, basada a su vez en la igualdad y en la propiedad colectiva, formas primitivas de existir a las que la evolución normal de las sociedades han rechazado siempre y que "los salvajes y los socialistas", como dice Hayek, han encarnado genuina o intelectualmente.

Para Edmundo Husserl, en el ensayo citado más arriba, las naciones europeas estarían enfermas y de lo que padecen sería una enfermedad del espíritu, ya que nunca podremos hablar de unan "zoología de los pueblos", lo que sin embargo están haciendo las sociedades socialistas, embriagadas por un conocimiento limitado y material, cuantitativo, del hombre. El defecto más grande del científico moderno sería, según el fundador de la fenomenología, el de no poder creer en la posibilidad de una ciencia "rigurosamente general del espíritu". ¿Cómo podríamos llegar a ello? Pues desarrollando "una comunidad de filósofos", capaz de enfrentarse con los conservadores satisfechos con los resultados de la tradición. Dice Husserl: hay dos actitudes posibles dando cuenta del comportamiento de la filosofía ante las tradiciones: o rechazamos todos los valores tradicionales (lo que Hayek llamaría la moral de los pueblos) o aceptamos su contenido, pero elevado a un nivel filosófico.

Nos encontramos aquí con una aporía, porque, ¿cómo vamos a situar algo que no tiene un contenido racional, como es la moral, en el orden tradicional de las cosas, y poco individualista también? Difícilmente llegaríamos a racionalizar la tradición. La dificultad me parece insoluble. Además, formando círculos de filósofos capaces de estudiar en conjunto la filosofía y luego transmitirla al pueblo, ideal preconizado por Husserl en el marco de sus soluciones salvadoras para Europa, no constituye sino un retorno a los clubs iluministas del siglo XVIII que han desembocado en aquella falsificación de la realidad, que ha sido la revolución, con su conclusión lógica: la época del Terror, por un lado, y la revolución soviética por el otro. El racionalismo no ha tenido, hasta la fecha, otras salidas. No se trataría, piensa Husserl presintiendo la réplica, sino de "un fracaso aparente del racionalismo", porque, "si una cultura racional no se ha podido cumplir, la razón de ello no está en el racionalismo, sino en su alienación, en el hecho de que se haya empantanado en el naturalismo y el objetivismo". De manera que, o bien Europa se aparta de su ser que es racional y se hunde en la barbarie, o bien Europa renace en el espíritu de la filosofía dedicándose a practicar "el heroísmo de la razón", que implica un sobrepasar permanente del naturalismo. Pero, podríamos preguntárnoslo hoy: ¿Es que no ha sido el comunismo, según Lenin, un racionalismo heroico? La revolución misma y, sobre todo, la soviética, por su oposición a la moral tradicional, ha implicado desde sus comienzos un heroísmo racionalista, separador de la realidad. Prueba de ello el desastre utópico, típicamente racionalista, al que ha sido obligado el hombre sometido al experimento socialista. El desemboque naturalista es inevitable dentro de cualquier esquema racionalista, implicando el heroísmo racional al que alude Husserl y del que no logra desprenderse en su afán futurológico ni siquiera Toffler en su deseo de otorgar felicidad al hombre del futuro, pensando su destino como una filosofía de grupo capaz de inventar soluciones felices en el marco de la filosofia. Volvemos, pues, como afirmaba Hayek, a la misma barbarie.

Es posible que el conservadurismo tradicionalista sea menos heroico que el racionalismo revolucionario, pero la aventura de éste, dentro de un socialismo en el fondo profundamente antihumano, tendría que hacer meditar a los racionalistas, de signo husserliano o revolucionario o lo que sea. Estamos demasiado doloridos, sangrando racionalismo por todos los costados y sobre todo en el espacio fatal de la revolución, para perder el tiempo con disquisiciones de este tipo y con esperanzas destinadas a desembocar en el gulag enciclopedista de los héroes de la razón.


Vintila Horia, en El Alcázar (fecha desconocida)



2 comentarios:

  1. Muy interesante. Recuerda algunas de las reflexiones de Horia al hablar del siglo XVIII como aquel momento en el que "la Razón iba por ahí cortando cabezas".
    Paso a enlazar esta bitácora con la que coadministro, "Palabra y Obra".
    Un saludo cordial.
    http://palabraobra.blogspot.com/

    ResponderEliminar