viernes, 21 de marzo de 2008

Víctor Hugo y la revolución libertadora (y II)




La posición de Víctor Hugo en Francia ante el romanticismo y ante Baudelaire, bien puede ser comparada con la de Carducci, en su contemporaneidad y su oposición a Manzoni. Hasta cierto punto, claro está, porque cada una de las literaturas europeas, en el XIX, igual que en otros siglos, corre cada una por sus rieles característicos. Sin embargo, el influjo del autor de la Leyenda de los siglos ha sido grande sobre el cantor del enemigo más feroz del católico Manzoni, en varias manifestaciones pero sobre todo en su Himno a Satanás (1863), poema que transforma a Carducci en un poeta “pagano y cívico”, dos conceptos que resumen perfectamente las dos fuentes de su inspiración e itinerario, el paganismo por un lado y su adhesión al fenómeno revolucionario, por el otro. Fue uno de los patriotas del siglo pasado, fundador de una Italia que se quiso a sí misma liberada de todos los prejuicios del pasado e inserta en la aventura embriagadora del progreso, cuyo símbolo iba a ser tanto en Italia como en la Francia de Víctor Hugo, el Prometeo cristiano, por así decirlo, continuador de la revolución de 1789 y de la de 1848: Satán, que es, para Hugo sobre todo, el ser desgraciado e infeliz cargando en sus espaldas el destino del hombre, héroe del progreso y del eterno exilio. Es verdad, en este sentido, que el exiliado de Guernesey, en su máximo poema, citado más arriba y, sobre todo, en El fin de Satanás, confundirá conscientemente su propio exilio con el de todos los seres humanos y con su síntesis eterna, es decir, con Lucifer.
Es dentro de esta visión del romanticismo donde nos resulta explicable el hecho de poder definir a Víctor Hugo como a un poeta de una incertidumbre, opuesta a la certidumbre de Dante, por ejemplo, poeta medieval y católico, en un tiempo lleno de santos y poetas, como diría Papini, mientras el siglo XII sería el escenario de una batalla entre los santos, por su cuenta, y los poetas, por la suya. Algo nuevo tendrá que ocurrir, a principios del XX, para que la antigua alianza volviese a ser posible.

Lo que sorprende al lector objetivo de los libros de aquella época, que casi coincide con la biografía del vate francés, es la actualidad permanente, la impresionante contemporaneidad de Los Novios, de Manzoni, al que Carducci trata de destruir en su furia progresista y atea, en contraste con la pobre retórica, casi ilegible, profundamente separada de cualquier actualidad, representada por la poesía y la prosa del autor del Himno a Satanás. Mientras a Manzoni se le sigue leyendo con pasión, generación tras generación, y sus personajes son tan populares en Italia como los del Quijote aquí, los versos de Carducci pertenecen a un museo de la literatura cada vez más alejado de nosotros y hasta del interés de los italianos más ilustrados. Es un mito casi, pero con prótesis. Tan inaguantable, tan superficial y tan vacío y retórico como el poeta Víctor Hugo, y pido perdón por mi atrevimiento: es que acabo de salir del mar de los sargazos, que es La leyenda de los siglos y El fin de Satanás, más bien seco que mojado. Aquello no hay quien lo aguante. Y es preciso decirlo en este momento de revisión en la cumbre que nos brinda este primer centenario de la muerte del poeta, fallecido en olor de santidad progresista, pero vuelto a enterrar por sus mismos lectores, iluminados por la perspectiva y la evolución del gusto estético que nos regaló el siglo que nos separa de aquella fecha. Hay como un segundo entierro, tanto en Francia como en el resto del mundo y, sin lugar a dudas, de su nueva sepultura nunca volverá a molestarnos el genio de Hugo, porque nada queda de los monumentos, todos ellos lúgubres en su falso optimismo, que edificó a lo largo de un siglo amante de los sepulcros. Y si planteamos el problema desde el punto de vista de una literatura comparada, siempre salvadora, nos encontramos con “Baudelaire le trop chrétien”, como lo llamó un crítico, cuya poesía y cuya prosa resisten la gran prueba de la lectura con tanta eficacia como Los Novios, obras realmente representativas de lo que nunca muere, de aquella veta de la certidumbre en que tantos poetas han sabido colocarse por puro ingenio intuitivo, que es la forma del genio de situarse en el centro de la vida. Y ya que hemos mencionado aquí la palabra genio, bastaría leer las páginas que Víctor Hugo dedica a los genios y a su imposible definición dentro de sus pobres limitaciones y su total imposibilidad de comprensión filosófica, para darnos cuenta de lo justificado que resulta todo lo que hemos dicho más arriba. Cervantes, por ejemplo, en uno de los capítulos del William Shakespeare, es un “genio bufón”, imitador y continuador de Rabelais y artista del Renacimiento. Y lo que dice del “gran arte” de los genios, en el mismo segundo capítulo de su penoso ensayo, puede ser erigido como monumento a la mediocridad universal puesta en circulación por un romanticismo que no tuvo, por lo menos en Francia, la misma suerte y el mismo desarrollo que ha conocido en Alemania.

¿De dónde procede esta fulminante mediocridad? En un estudio dedicado a Víctor Hugo, poeta de Satanás, (París, 1946, reimpresión en Ginebra 1973), Paul Zumthor define la obra de Hugo como “una poesía de la cantidad” y esclarece de la siguiente manera su definición, algo sorprendente para un crítico de hoy: “es en una comunicación dionisíaca con la masa como Hugo busca la liberación”. Mal asunto, evidentemente, y sobre todo desde las perspectivas que la ciencia como la filosofía y la literatura de nuestro tiempo han propuesto a todas las técnicas del conocimiento, incluida la poesía. Estamos sobrepasando los límites fatales de lo que Guénon llamaba “el reino de la cantidad”. No es posible enfocar al ser humano y a su tragedia desde el punto de vista de la cantidad y Víctor Hugo, como fiel representante de la filosofía de su tiempo (mal digerida además), no pudo ser otra cosa. Ni Baudelaire ni Rimbaud cayeron en la trampa, y tampoco Verlaine ni aquel raro representante del romanticismo, quizá el único auténtico en Francia, que fue Gérard de Nerval, a pesar de sus dificultades vitales y poéticas. En segundo lugar, pero dentro del mismo falso enfoque, Víctor Hugo está convencido de que la Revolución Francesa había sido el primer intento libertador de los seres humanos, cuyo símbolo supremo había sido la Bastilla y cuyo héroe secreto era Satanás, el genio exiliado, el amigo de los hombres, el ilustrador cuya estatua se puede contemplar todavía en el Retiro madrileño, como ejemplo victor-hugoliano de una de las épocas más decadentes de la historia de España. Pero amigo de los hombres es el poeta también, considerado por Hugo como un profeta, creador y defensor de religiones y cuya imagen moderna era el autor de Los miserables en persona.

Solo, sin hallar la salida y sin ver la claridad,
Palpo en la noche este muro, la eternidad.


“Durante estos instantes, escribe Zumthor, Hugo se siente, literalmente, maldito en su genio, exiliado de toda obra humana; vive el infierno en toda su riqueza interior. El velo de los símbolos se deshace, toda fabulación épica es en aquel momento interrumpida: Satanás es Hugo en persona.”

Satán significa en hebreo “enemigo”, y demonio en griego, “el calumniador”. Las palabras hablan de por sí. Es posible que este sea el ser más desgraciado del universo, como lo considera Papini en su obra Il Diavolo (Florencia, 1953) y siendo así, desde el punto de vista del cristiano, tendríamos que amar al Adversario. Además, Dios, en su misericordia, acabará un día por perdonarle, ya que es lógico y justo perdonar y amar a nuestros enemigos. Pero, ¿es esto correcto desde el punto de vista teológico? Sabemos las dificultades que ha tenido Papini al publicar su libro. En una nota que escribí al final de su famoso ensayo, decía yo entonces: “Príncipe de la tierra (refiriéndome al demonio), pero no de otros planetas. El diablo será vencido o convertido en el momento de la llegada de los extraterrestres.” Bradbury habla en uno de sus relatos, en El hombre ilustrado, de la presencia de Cristo en un planeta lejano ocupado por los hombres, pero nunca del Enemigo, lo que comprobaría mi intuición. Papini fue, sin duda alguna, un conocedor de la obra de Víctor Hugo, como de la de Carducci o de los dibujos y versos de William Blake, como del Paraíso perdido, de Milton, primera exaltación moderna del Calumniador. Hay un tono neorromántico en la obra ensayística como literaria del florentino, que se refleja en todas las páginas del Juicio Universal y que constituye el matiz más deteriorante en su herencia. Algo de Víctor Hugo y de Carducci, podríamos decir, dentro de un gigantismo muy toscano y muy romántico a la vez. Pero mientras Papini no acepta ninguno de los mitos revolucionarios y resucita en Italia el catolicismo dinámico y revivificante de Manzoni, apartándose esencialmente de todo falso progresismo, resulta difícil encontrar en Víctor Hugo un punto de apoyo regenerador.


Además, sabemos, a través del ensayo de Zumthor como de otros, que la Revolución fanatizaba y fascinaba a su mayor cantor (véanse las páginas de Los miserables) precisamente por haber sido francesa. Hasta ese punto llegaba el humanitarismo del poeta, puro chauvinismo deletéreo, cada vez más contraproducente a lo largo de los decenios. Confundir la rebelión de Lucifer contra Dios con la rebelión de los burgueses contra Luis XVI y afirmar que Alejandro Magno y Luis XIV hubieran sido otra cosa si no se hubieran dejado conducir por dos “imbéciles”, por Aristóteles y Bossuet, respectivamente, constituye una buena prueba de la manera en que Víctor Hugo lograba entender la Historia y eliminar de ella de un plumazo, a los que no coincidían con su imagen de la política como revolución y de la teología como sociología. Pues ahí está la actualidad de nuestro vate, que logra fundamentar una posición, la de los teólogos de la liberación, de las sectas sometidas al encanto del Calumniador, de todo el mal que siembra confusión, odio e incomprensión en las últimas provincias del desierto de los tártaros.

Vintila Horia, en El Alcázar (fecha desconocida)

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. El escritor de este artículo debería citar el origen de los comentarios que pone en boca de muchos escritores muy por encima de sí. Da informaciones falsas, dudosas y que sin duda no son fruto más que de su opinión personal y que sin embargo viste de hechos. Demuestra no conocer en absoluto la obra de Víctor Hugo, o en todo caso tenr algún tipo de aversión personal que le hace modificar lo cierto.
    Estudio Historia y he estudiado bastante la figura de Víctor Hugo. Tal vez pueda engañar a lectores desconocedores de su obra, pero cualquiera que haya leído al menos los Miserables y sepa un poco de su historia no podrá más que reírse ante este artículo demagógico y de tono panfletario. Es obvio que el escritor o bien desconoce muchas cosas o bien elimina "de un plumazo, a los que no coincidían con su imagen" de Víctor Hugo. No sé qué motivo le lleva a hacer esto, pero no hay duda de que lo hace.

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  3. Señora, vd. debería darse cuenta de que se ha traído un artículo tal cual, y ese artículo está perfectamente estructurado, explicado y con referencias al origen de los comentarios.

    Otra cosa es que vd. simpatice con postulados progres y por eso le duela lo que decía Vintila Horia en su momento.

    Menos demagogia y aversiones las suyas.

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  4. Un artículo periodístico no tiene por qué citar las fuentes ni llevar notas a pie de página ni bibliografía ni fe de erratas... Estará estudiando Historia (como yo lo hice en su día), pero no distingue entre los géneros y sus reglas.

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