Dentro del desierto anímico de la literatura francesa actual
(el mismo desierto que conquista y agosta las praderas de España, Italia y
Alemania), las revistas literarias de antaño aparecen como sombras de antiguas
palmeras, esqueléticos recuerdos de lo que antes habían sido. ¿Dónde están La
Nouvelle Revue Française, La Revue de Paris, La Table Ronde, Les
Nouvelles Litteraires y otras, que hacían las delicias de nuestra
adolescencia? No queda nada. Y tampoco hay novelistas y poetas dignos de este
nombre, sino solo fabricantes de literatura mercantil, en casi toda Europa,
donde regímenes socialistas o sencillamente democráticos han uniformizado el
horizonte literario, como el teatral o el arquitectónico y plástico en general.
La monstruosa presencia cerca de la catedral de Notre-Dame, del edifico llamado
centro cultural, erigido en el nombre de Pompidou, da cuenta del
desastre.
En medio de esta desertización que nos recuerda los versos
de Hölderlin sobre la maldición que aplasta a los que contribuyen al
ensanche del desierto, se publica una revista de los monárquicos
tradicionalistas titulada La Place Royale, dirigida por el gran
novelista que es Henry Montaigu, y cuyo último número está dedicado a Georges
Bernanos. (La dirección de la revista, para los que podrían interesarse por
ella, es: 48 Rue Madame, 75006 París). Colaboran en este número, entre otros: Graham
Greene, Jean-Loup Bernanos, Vintila Horia, François
Mallet-Joris, Henry Queffelec, Michel del Castillo...
Afirma Graham Greene, no sin razón, que Bernanos
no había sido un novelista, sino más bien un escritor, ya que, empujado por su
furor y su impaciencia, no supo someterse a las reglas más elementales del
juego novelístico. Parece como si se levantase contra su propia posible gloria
y fama. Bajo el sol de Satanás sería, según el novelista inglés, una
prueba contundente de su afirmación. Mal construido, distribuido en tres
partes, que parecen tres cuentos separados, el libro de Bernanos
sobrevive y conquista por la fuerza enorme que lleva dentro y que el mismo
autor sabe dedicar a la mayor gloria de Dios. Podemos concluir, a tantos años
de distancia (Bernanos fallece en 1948), que el autor de La alegría
y del Diario de un cura de campo se parece más bien a un artesano
medieval, poco preocupado por su nombre, su talento personal y su posibilidad
de acumular celebridad y dinero, sino más bien por la medida en que su genio
era capaz de acercarlo a Dios y a dar cuenta de ello. Todos los artistas que
trabajaron alrededor de las catedrales fueron así. Y Bernanos también.
Situado en la línea polémica, de tradición católica, de Charles
Péguy y de León Bloy, Bernanos no fue solo un novelista. Su
libro quizá más revelador de su inmenso talento ensayístico y, sobre todo, de
su directa posibilidad de comunicación con las causas del desastre
contemporáneo, sobre todo en los años que sucedieron a la Segunda Guerra
Mundial, es Franceses, si lo supierais, título escalofriante ya que,
según lo podemos constatar, los franceses no lo saben todavía, a casi cuatro
decenios de distancia. Afirma, por ejemplo, en uno de sus artículos aparecidos
en dicho libro, que tanto las dictaduras como las democracias lo que pretenden
es alcanzar "el dirigismo universal" en el marco de un universo
totalitario. No solo no aceptaba el comunismo, pero [sic] tampoco a las
democracias, culpables, según él, de ambicionar el dirigismo universal con la
ayuda de la ciencia, capaces de crear juntas "una civilización enemiga del
hombre que cuenta con el Hijo del Hombre para ayudarla a realizar este experimento
hasta el final". Palabras tremendamente actuales, dedicadas a aquellos
sacerdotes que abandonaban el mensaje de Cristo y se unían a los
experimentos exteriores, socializantes, de los dirigismos del siglo. Pero
también alude en estas líneas a Emmanuel Mounier y a los falsos
intelectuales que se reunían alrededor de al revista Esprit, causa de
muchos errores contemporáneos. El polemista Bernanos fue tan grande como
el novelista.
Juan Dacio (Vintila Horia) en El
Alcázar, 1984
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Un text excelent. Scurt si plin de observații atat de istețe, încât au rămas actuale și după trei decenii.
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