miércoles, 8 de julio de 2009

La realidad de la disidencia


El periódico romano Il Secolo d´Italia publicó hace poco una interesantísima entrevista con el disidente soviético Iuri Malchev, autor de un libro titulado La otra literatura, editado en Milán en 1976. Esta entrevista, hecha a una de las personalidades más prominentes del exilio soviético, actualmente profesor de literatura rusa de la Universidad de Milán, es de una desgarradora tristeza. En primer lugar, porque pone de relieve la situación de proletarios a la que han sido reducidos en la URSS los escritores que no forman parte del partido y que tienen la osadía de manifestarse en contra del mismo y, en segundo lugar, porque da cuenta de la situación del disidente exiliado en Occidente donde pocos intelectuales se atreven a tomar actitud [sic] contra el comunismo por miedo de verse tachados de reaccionarios. En realidad, como declara Malchev, la mayor parte de los escritores de categoría, como Solzhenitsin o Zinoviev, viven desde [hace] años en el llamado mundo libre. De los poetas o novelistas fieles al régimen, como es el caso de Evtuchenko, pocos o ninguno pueden ser comparados con los demás. Nadie los lee y sus libros se amontonan en las librerías y en las editoriales del Estado y acaban en la hoguera como material inútil y embarazoso. Evtuchenko no es "sino un cadáver viviente", al que nadie lee ya porque la gente ha sido desengañada por el poeta, en un principio considerado como disidente y luego convertido por la buena vida y los viajes al exterior en un instrumento del partido. Lo mismo ha sucedido en Rumania, por ejemplo, con Miguel Beniuc, poeta de mucho talento hasta el momento en que doblegó a su musa y la convirtió a la fea hada mala del comunismo.
En cuanto a la situación de los disidentes soviéticos en la Europa occidental o en las Américas, la opinión de Malchev es de las más desgarradoras. "No es un misterio para nadie que la cultura italiana está todavía dominada por la filosofía marxista. Todos temen ser considerados como anticomunistas y, de esta manera, perder el título de demócratas." La situación, bajo este aspecto, es desesperada, porque esta triste estupidez se ha transformado en una costumbre, bajo cuyas banderas se está marchitando Europa.

En cuanto a Sakharov, Malchev declara lo siguiente: "Es una auténtica angustia. Es una trágica historia, hecha más trágica aún por el silencio de la opinión pública mundial. Tratemos de imaginar si esto hubiese ocurrido en Chile o en África del Sur: hubiéramos tenido manifestaciones, protestas. Para Sakharov, en cambio, el silencio absoluto". La cobardía de Occidente es realmente impresionante. Por este motivo y por los expuestos más arriba, el desengaño de los emigrados es indescriptible. Afirma Malchev: "Esta migración hacia occidente ha sido para muchos de nosotros una gran desilusión: la mayor parte de los exiliados viven en un estado de desesperación y de desconfianza. Pensábamos encontrar aquí un ambiente capaz de acogernos y que habría podido comprender nuestros problemas y ayudarnos en nuestra lucha. En cambio, ha sucedido exactamente lo contrario." Es esta quizá una de las vergüenzas más inocultables de nuestra época. Gente decidida a defender la libertad, bien supremo de los seres humanos, es hoy casi tan maltratada en Occidente como en el gulag del que han huido despavoridos.

Es el caso de Alejandro [sic] Solzhenitsin. Después de los primeros éxitos, debidos a su talento y al Premio Nobel (¿cómo se atrevieron a dárselo los académicos suecos que acaban de premiar al vate de Nelson Mandela?), el autor de El primer círculo ha sido abandonado al olvido, considerado como un elemento indeseado dentro de esta politiquería occidental decidida a vender a la URSS no sólo mercancía sino también libertades. "Su posición (la de Solzhenitsin), declara Malchev, no sólo no es extremista y alocada, como se dedican a describirla sus poco honestos adversarios, sino que refleja el alma más auténtica del pueblo ruso. Si hoy hiciéramos venir a un ruso a Occidente y lo hiciéramos hablar de sí mismo, de sus propias esperanzas, nos hablaría como lo hace Solzhenitsin. A los occidentales esto podrá aparecer como extremista, pero es la [?] de un ruso, uno de los 250 millones de rusos". Lo que significa que, a pesar de las mentiras difundidas por los medios de comunicación, sometidos a lo que Malchev llama "la filosofía marxista", la inmensa mayoría de los rusos, como de los pueblos satélites, está en contra del régimen. Por este motivo no hay elecciones políticas en la URSS y por este motivo, también, los intelectuales de Occidente, amantes de la libertad, están en contra de los pueblos y al lado de los peores tiranos.


Juan Dacio (Vintila Horia) en El Alcázar, 30 de octubre de 1986


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