viernes, 3 de agosto de 2012

Teóricos izquierdistas y democracia orgánica


¡Qué pesadez, Dios mío, qué tremenda pesadez! Porque volver a leer hoy los textos de los krausistas es como volver a emprender la aventura marxista o engelsiana. No hay quien aguante aquellos textos, completamente fuera de la actualidad y desprovistos incluso de la gracia superficial, aunque inútil pero no indigesta, de los iluministas franceses que, por lo menos, escribían con talento, ponían por escrito los pensamientos más aberrantes y ridículos sin tropezar en las vallas dialécticas y sin caer en las cuentas empantanadas del Manifiesto Comunista o de El capital, frutos de aquellas aberraciones, desde luego. Comparar los libros más famosos (en su tiempo) de la izquierda española con textos contemporáneos es como salir de Engels para descansar en Donoso Cortés, y pienso sobre todo en la difícil contemporaneidad que tienen que aguantar hoy aquellos pensadores adocenados, esclavos de sus modelos alemanes, si damos a esta contemporaneidad los nombres de José Antonio o de Ramiro de Maeztu. ¡Qué delicia los ensayos que Maeztu dedica a Cervantes o al mito de Don Juan o a la misma Celestina! Ningún especialista universitario ha logrado alcanzar las alturas desde las que vuela y medita una de las mentes más brillantes y auténticas del pensamiento español y europeo del siglo XX.

Por este motivo, entre otros, me parece abrumadora y digna de admiración la tarea que se ha autoimpuesto Gonzalo Fernández de la Mora leyendo y comentando a Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica (texto de primera calidad editado, desafortunadamente, en una colección exenta de ángel tipográfico como es "Época", de Plaza & Janés, Barcelona 1985). Según la tesis del autor, tanto Sanz del Río como Giner de los Ríos, Madariaga como Besteiro y demás representan una doctrina que nada tiene que ver con los anhelos ideológicos y políticos de la izquierda española, su contemporánea. Mientras aquellos intelectuales lo que defendían era un pensamiento contrarrevolucionario alemán, procedente de Ahrens y de Krause, los izquierdistas formando parte [sic] del movimiento socialista como del comunista, preparaban posiciones revolucionarias que nada tenían que ver con la democracia orgánica.

¿Qué es la democracia orgánica? "El organicismo social reconoce que la sociedad es una realidad dada en la que algunos hombres excepcionales pueden introducir innovaciones progresivas. Esa sociedad se estructura y se desarrolla orgánicamente y no es susceptible de una brusca reordenación voluntarista. El individuo o expresa ante la sociedad sus deseos personales o representa los intereses comunes del grupo que conoce y al que pertenece; en esto último consiste la representación orgánica."

La introducción al libro de Fernández de la Mora, igual que el primer capítulo, están dedicados a poner de relieve los méritos tradicionales del "organicismo social", el cual, desde el punto de vista político, representaría un corporativismo que logró encarnarse tanto en el fascismo como en la doctrina de Salazar y, por supuesto, en la organización estamental del franquismo. Sólo el reduccionismo y su dialéctica, pura aporía, o sea, toda la política de la posguerra concentrada en la defensa y difusión de las ideas de una izquierda antiorgánica, o utópica, han logrado hacer confundir en la mente de las gentes el corporativismo con la anti-democracia. "Así es como, al paso del cambio constitucional, la democracia orgánica se fue convirtiendo en algo proscrito. Pero la mencionada ecuación (antidemocratismo-corporativismo) es incompatible con los hechos probados y, por lo tanto, falsa." Nos encontramos aquí con la diferencia que se suele establecer entre derecho positivo y derecho natural, invento de los individuos el primero, tendente a evolucionar hacia el más cerrado dogmatismo (los llamados derechos humanos, por ejemplo), creación natural en el marco de la misma evolución de las sociedades, el segundo; sociedades racionales, como las llama Hayeck, y sociedades basadas en la moral tradicional. Una falsa democracia que avanza hacia el totalitarismo, y una democracia auténtica u orgánica, que pocas veces logra imponerse a lo largo del siglo XX, pero sí con mucho éxito.

Fernández de la Mora describe la evolución de la democracia orgánica a lo largo de los milenios, empezando por Grecia para llegar hasta Hegel, Fichte y Krause, siendo Enrique Ahrens su máximo exponente en el siglo XIX. "En la España decimonónica, los campeones de la democracia orgánica no fueron los tradicionalistas, sino los krausistas que militaban en la izquierda política, especialmente Julián Sanz del Río, Nicolás Salmerón, Francisco Giner de los Ríos y Eduardo Pérez Pujol." Hubo krausistas "residuales", como los llama el autor, en el siglo XX, como Fernando de los Ríos, Madariaga, Posada o Besteiro, y fue Giner de los Ríos quien forjó el concepto de "democracia orgánica" al que se adhirieron varios tradicionalistas, como Vázquez de Mella, Brañas, Ángel Herrera y otros, y hasta Ramiro de Maeztu, al que Fernández de la Mora dedica páginas muy convincentes y reactualizadoras.

¿Qué es lo que subsiste y florece ante la doctrina organicista? El "atomismo abstracto", el cual, basado en Locke y en Rousseau, "entraña la demolición de la antigua sociedad orgánica." No entiendo muy bien el porqué de la presencia de E. Wilson, si es que el amigo Gonzalo se refiere a E. O. Wilson, autor de La humana naturaleza, en este libro tan bien pensado, y de su sociobiología, pero a lo mejor volveremos un día sobre un tema sumamente interesante desde el punto de vista que hoy nos ocupa: el de la clara separación entre una tesis natural organicista, en el sentido tradicional y ético de la palabra, y la falsa doxa izquierdista montada en el atomismo abstracto de sus desarrollos utópicos. Puede que haya varios tipos de organicismos -y, en este sentido, la diferencia puede ser enorme entre Mussolini, por un lado, y los liberales organicistas del siglo XIX- y, en este caso, comprendo la presencia de Wilson en este debate. Sin embargo, es preciso colocarle en el rincón obsoleto y radical que le corresponde, rechazado hoy por psicólogos y sociólogos partidarios de tesis mucho más evolucionadas y que estarían más cerca, sin duda alguna, de Ramiro de Maeztu que de los krausistas. También Leviathán es organicista.

Lo que hoy llamamos "democracia orgánica", concepto, como hemos visto, acuñado por la izquierda decimonónica, no ha logrado sobrevivir sino en regímenes de derecha, corporativos, en cuyo marco se ha realizado el sueño antiguo, del que hablaron tanto Platón como Aristóteles. El mismo principio de "un hombre, un voto" no es orgánico, sino que representa la utopía parlamentaria mal llamada democrática. La auténtica democracia orgánica conoce otro tipo de estructuración electoral que es el de las corporaciones, donde "un hombre, un voto" tiene otro sentido, no igualitario, mientras lo orgánico, en el marco mayor de lo político, tiende forzosamente hacia lo jerárquico, donde la democracia vive de otra manera, quiero decir de manera natural, no demagógica.

Es impresionante, en el libro de Gonzalo Fernández de la Mora, la lista de los pensadores que se han dedicado a alabar la democracia orgánica. Los hay de todos los matices, como es natural, desde la derecha hasta la izquierda, desde los católicos hasta los masones, desde Renan hasta La Tour du Pin. La Democracia Cristiana, si existiese de verdad en algún país, tendría que ser corporativa, y no lo es en ninguno y sobre todo en Italia donde fue el fascismo quien tuvo el valor de realizarla. Pero, como observa el autor, el fascismo no es hoy un concepto que podamos manejar tranquilamente, desde un punto de vista científico, "... sino un arma política que se ha utilizado incluso contra De Gaulle". Y contra todo enemigo espontáneo o permanente de la utopía. En un libro muy significativo, publicado hace más de diez años en Italia, titulado Tutti fascisti, por Claudio Quarantotto, se citaban textos polémicos aparecidos en la prensa de la izquierda en el poder (la utópica, claro está) donde el intercambio de insultos entre unos y otros, marxistas ortodoxos y heterodoxos, llegaba a cumbres insospechadas. Tanto Tito como Mao fueron llamados fascistas por la prensa soviética, mientras los albaneses tildaban de fascistas, cada dos por tres, a los hombres de Moscú, lo que empieza a tener hoy cierto sentido, pero siempre dentro del deterioro y la caricaturización anticientífica del concepto "fascista", que nada tiene que ver con la realidad.

Es un mérito enorme el de Fernández de la Mora el de haber vuelto a leer textos cubiertos por tanto justo polvo, pero el resultado está a la vista y me parece que su exposición, tan sintética y tan objetiva, constituye un argumento terrible ante la falta de argumentos de la otra izquierda, la que detiene [sic ¿por detenta?] el poder y que no puede justificarlo ni siquiera desde el punto de vista ideológico. Un libro para no leer de noche.

Vintila Horia, en El Alcázar (fecha desconocida: ¿finales de 1985?)


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