viernes, 26 de octubre de 2012

El secreto de Dalí


En contraposición con el fundador del surrealismo, André Breton, que confesaba su "ineptitud declarada para la meditación religiosa", Salvador Dalí es un pintor profundamente marcado por lo religioso. Lo que contradice, y está de acuerdo, al mismo tiempo, con la doctrina del fundador, según aquel principio de la contradictio oppositorum que está en la base misma del surrealismo y explicaría sus aparentes dislates. Breton podía reconocer su incapacidad para la meditación religiosa, pero un movimiento antirracionalista se encontraba como obligado a buscar sus fuentes de inspiración en lo sagrado. En su libro André Breton y los datos fundamentales del surrealismo (París, 1950), Michel Carrouges escribe: "No se trata para el surrealista sólo de llegar a ser más completo, sino más bien de restaurar el sentido de la realidad más profunda y de su valor sagrado." La imagen integral de la realidad humana podría caber, pues, dentro del espacio sagrado de un icono, más que en cualquier otro sitio. Surrealismo significa, en definitiva, la realidad, tal como la ven los ojos de un impresionista, de un naturalista, o de un positivista del siglo XIX, dentro de una imagen física limitada a lo visible, y a lo sensible en general, completada por la inmensidad que la nueva gnosis surrealista brindaba al artista y al hombre en general, y que coincide con el conocimiento sí, pero en un sentido mucho más completo, siendo la técnica onírica, entre otras, o el delirio de los locos, una manera mucho más profunda y real de conocer que los trucos seudorrealistas de la ciencia positivista. Lo sagrado no es sino la coronación de este tipo de conocimiento, por encima, incluso, de lo real y de lo onírico. Por este motivo el surrealismo entró en contacto con todos los grupos y corrientes de este principio de siglo que buscaban las raíces del ser en lo sagrado, o por lo menos así se lo imaginaban, como los teósofos, los antropósofos, los alquimistas, los esotéricos ortodoxos y hasta con los satanistas pertenecientes a toda secta o calaña. Se trataba de alcanzar un punto supremo como en el Aleph de Borges, desde el cual el conocimiento se confundía con el todo.

Sin embargo, desde la perspectiva ambigua, culpable de una permanente duplicidad, a la que tuvieron que llegar lo surrealistas en su búsqueda alocada, perfectamente fundamentada pero sin salida hacia arriba, o sólo hacia la heterodoxia, desembocaron, como lo afirma Carrouges, en convicciones laicizables. Lo sagrado se degradó paulatinamente y su afán originario de completez [sic] se esfumó o se concretó en aberraciones sin solución. Lo que demostraba algo relacionado con un enfoque, diría, tomista de las cosas, puesto que lo irracional desprendido completamente de una base racional no puede sostenerse sino dentro de una falsificación permanente de la realidad. No es posible conocer sólo a través de lo racional, como lo pretendieron los enciclopedistas, y tampoco sólo a través del sueño y la locura, como se lo imaginaron los surrealistas. El todo armónico, razón y mística según SantoTomás, el forjador de esta integralidad, es únicamente alcanzable a través de un esfuerzo armónico y no siguiendo caminos separatistas que no llevan a ningún sitio. La filosofía surrealista no llevó, en efecto, a ningún sitio. Y los Manifiestos de Breton, desde un punto de vista literario o pictórico, científico o psicológico (tuvieron la mala idea de acercarse demasiado a Freud y a sus limitaciones positivistas) aparecen hoy como sumamente parciales, a pesar de haber abierto para los artistas las puertas del mundo inconsciente, continuando en este sentido el esfuerzo de los románticos, con mucho menos tacto y genio, sobre todo en literatura. Para no hablar de la política surrealista, que se declaró desde el principio de acuerdo con la revolución soviética. Fue la peor de las elecciones. El vuelo onírico acabó en el Gulag.

Los méritos de Salvador Dalí dentro de esta "selva oscura" son a menudo incalculables. Desde el punto de vista ideológico no dejó nunca de declararse monárquico y, desde el religioso, "católico romano y rumano" (siendo los rumanos, como solía explicar esta paradoja, descendientes del emperador Trajano, como los españoles, formando parte de la misma ecumene); y su anticomunismo fue notorio desde su juventud hasta hoy. Su posición ciudadana, por llamarla de alguna manera, fue intachable, en contraste a veces violento con los surrealistas, sus contemporáneos, fácilmente deslizables hacia las peores cavernosidades del marxismo, tanto por interés material inmediato, como por ceguera doctrinaria. Bajo  este aspecto, Dalí es un surrealista heterodoxo o disidente.

En cambio, podemos afirmar sin cavilaciones que el único surrealista de una pieza, desde el punto de vista artístico, fue Salvador Dalí. Si tomamos en cuenta las dos técnicas del conocimiento más valederas en el marco del surrealismo, el contacto con el inconsciente a través del sueño y de la locura, y l´amour fou, el amor loco, como otra posibilidad sine qua non, nos damos cuenta de que Dalí las utilizó con una perfección y una fidelidad impresionantes. Todo su mundo pictórico desciende de las alturas oníricas más genuinas. Su buen gusto, en este sentido, realiza otra proeza típica de él, sintetizando en las mismas formas y colores el mensaje de los grandes pintores del Renacimiento italiano y las posibilidades analíticas del surrealismo, como en aquel Cristo crucificado, visto desde arriba, proyectado sobre el mundo marítimo-onírico de la bahía de Cadaqués. El Dalí religioso da cuenta, en aquel cuadro, de su mejor adhesión a un surrealismo que nadie más que él supo alcanzar en su afán sagrado, como el pintor español, o catalán, o romano y rumano, más universal, en el sentido católico de la palabra, que todos los demás surrealistas, incapaces de acercarse a este misterio fundacional. Mientras la presencia de Gala en casi todos sus cuadros representaría, en el marco de un concepto del amor puramente occidental (los catalanes, bajo este aspecto, se encuentren cerca de la fuente misma de este concepto al utilizar casi el mismo idioma que los trovadores, creadores de la civilización del amor) desemboca en las parcialidades surrealistas del amor loco. La mujer como clave, esto proviene de los fedeli d´amore y de Dante y enlaza armónicamente lo sagrado y lo profano. Dalí fue, en el siglo XX, el mejor pintor de este secreto occidental de tan alta solera.

Pero en su vida cotidiana, en su manera de presentarse ante los demás, en su técnica de conferenciar, de vestir o de comer, Dalí es también un surrealista. Y lo es en su técnica de abandonarnos, con el fuego como imagen de lo sagrado, con el fuego como purificación y enaltecimiento. Surrealista es, pues, el amor por Gala, pero también sus bigotes lo son, como su mirada, su desprecio por todo lo que no sea elite, elite como grupo restringido capaz de acercarse al conocimiento, su bastón, reproducción de la varita mágica, defensor ante las fuerzas del mal y abridor de puertas y obstáculos, defensivo y ofensivo a la vez. Todo Dalí es el surrealismo llegado a su última cumbre, porque después de él no hay más surrealismo. Es con Dalí como termina el asunto inaugurado en 1924 por Breton, llevado a sus extremos más interesantes y valederos por nuestro pintor. Hay como un pasadizo permanente, que todo lo explica y lo vuelve claro, entre la pintura de Dalí y su aspecto personal, entre su arte y su vida cotidiana, quizá más logrado que en cualquier otro artista de nuestro tiempo y de otros. Es esta fidelidad la que más nos convence en la obra del pintor, clave de su propia vida hasta un punto que nadie jamás logró forjar y utilizar.

Y hay también un punto oscuro, que me hubiera gustado no tocar hoy, pero que nos otorga quizá otra clave para mejor estar en el secreto de Dalí. Algo que representa otra comunicación o complementariedad. Y que sólo es detectable en su obra literaria, no siempre a la altura de sus pinceles. Quiero referirme al aspecto luciférico del personaje Dalí y de su obra. En alguno de sus libros autobiográficos, empujado quizá por el lado mundano de su personalidad, Dalí describe las orgías erótico-místicas por él organizadas en Nueva York, y otros sitios, con la presencia en ellas, simbólica me imagino, del cuerpo de Jesucristo y del principio del mal. Presencias plásticas, sin lugar a dudas, pintadas o representadas de alguna manera por el pintor y ante las cuales, del modo más surrealista posible, se inclinaban los invitados maravillados del pintor. Esta mundanidad daliniana, junto con su permanente apetito de dinero, inserto, pues, como los capitalistas del siglo, en las marismas de la usura (avida dollars es el anagrama de su nombre), constituye el lado pernicioso de esta personalidad digna de haber dominado su tiempo sólo desde la cumbre de su magnífico talento artístico. Conozco artistas que se han convertido a un cristianismo pictórico, influenciados por el arte románico (en Italia sobre todo), han renunciado a cualquier otra técnica o influencia y tratan de moldear el alma de sus contemporáneos al ritmo de su propia metamorfosis. Es lo más bello que está sucediendo hoy en el campo del arte, signo premonitorio de algo que está ocurriendo en el mundo y que los artistas presienten en sus profundidades ultrasensibles. Dalí estuvo muy cerca de esta transformación, a la que Jungdetectó también dentro de los abismos de la psique occidental, pero el pintor no logró jamás desprenderse de la ambigüedad surrealista. El bien y el mal tenían que obrar juntos en el hombre, lo que es lógico y normal, pero a un nivel de igualdad, como en las orgías dalinianas, lo que nos reconduce a las incalculables consecuencias de las herejías, como la de los albigenses. Satanás no es complementario, es sólo un instrumento y resulta contradictorio, abusivo y peligroso adorarle. Pero en Dalí tenía forzosamente que hacer acto de presencia el principio de duplicidad escondido detrás de la coincidentia oppositorum surrealista. Con todas sus resistencias y con todo su afán de rechazar gran parte de las escorias ideológicas surrealistas, no pudo resistir a la más dañina para él y los demás. El mundo inconsciente una vez liberado del control de la razón -el control que rechazaban, según la mala enseñanza de Freud, los discípulos de Breton- engendra monstruos.

Sin embargo, y en esta hora tan difícil para el pintor, quemado por el fuego de sus propios errores, como cada uno de nosotros, no puedo resistir la tentación de colocar toda su obra bajo el símbolo altamente conclusivo de su Cristo suspendido encima del mundo. Pues encima de Dalí también.


Vintila Horia, en El Alcázar, septiembre de 1984

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2 comentarios:

Vigo dijo...

Gracias a quien sea por subir estos artículos.

Ha sidoila una auténtica sorpresa descubrir en la red estos artículos de Vintila Horia.

Me satisface encontrar alguna persona que no solo conoce la obra de Horia, sino que encima se esfuerza en difundirla. Gracias por eso.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Es un placer.