sábado, 15 de agosto de 2015

Rafael el antimedievalista


No se han apagado todavía los ecos del aniversario del nacimiento de Rafael Sanzio. 1983 fue su año en toda Europa y en las Américas, hispanas o no, y muchos libros, muchas exposiciones, artículos y festejos de todo tipo han ilustrado el recuerdo de la vida y de la fulminante carrera del pintor, muerto tan joven, en pleno esplendor artístico, pero dueño ya de un imperio personal, el de una pintura que venció los siglos. Es dentro de esta brillante conmemoración donde acaba de publicarse un librito del mismo Rafael, titulado Il pianto di Roma (El llanto de Roma, Ed. Fogola, Turín, 1984), con un prefacio, sumamente interesante y bienvenido, por Piero Buscaroli.

Como es sabido, en pleno vandalismo destructor de los monumentos antiguos, aún existentes en aquella época en Roma, el pintor de Urbino es encargado por el papa León X (no podía ser sino un Médicis, amante de lo clásico y humanista nato) de redactar una relación o informe sobre el estado de conservación y la posibilidad de salvación de los monumentos romanos. Rafael era entonces "magister operis" en San Pedro y también "praefectus marmorum et lapidorum omnium" y amigo de uno de los personajes más curiosos y geniales de aquel final del siglo XV, Baltasar Castiglione, que fue nuncio de Clemente VII en España, y fallecerá en Toledo en el año 1529. Autor del Cortesano, Castiglione creó el modelo del hombre culto que animaba la vida cultural y sentimental de las cortes renacentistas, inspirador de Gracián un siglo más tarde, y cantó en un soneto "las sagradas ruinas" de aquella roma a la que el pintor se propuso salvar.

Como lo afirma Buscaroli en su prefacio, Rafael puede ser considerado como el primer defensor del patrimonio artístico de una ciudad, un ecologista anticipado, dando cuenta en su escrito de las lamentaciones de los intelectuales que le rodeaban y que se entusiasmaron por la idea de aquella defensa. Donde Rafael se equivocaba, como buen hombre del Renacimiento que era, continuando en su escrito una polémica empezada por Petrarca y todavía en el aire, es en relación con la Edad Media, época gótica y, por ende, germánica: "Los edificios del tiempo de os godos, escribe, son tan exentos de cualquier gracia, sin matiz alguno, contrastantes, pues, con los antiguos y modernos." Es preciso aclarar aquí que, según las clasificaciones de aquel tiempo, moderno era el Renacimiento mismo.

Resulta difícil aceptar dicha crítica. El arte gótico nos aparece hoy como mucho más lleno de gracia que los pesados monumentos imitando [sic], a lo largo de todo el Renacimiento, la arquitectura romana o clásica en general. Esta no fue sino una imitación, la reproducción fiel, y a veces perfeccionada, de algo que ya había existido: re-nacimiento, la palabra misma lo dice claramente, el nuevo nacimiento de un tiempo que ya había nacido una vez. Mientras el arte gótico, en absoluto inventado por los alemanes, ya que nació en Francia y luego [fue] difundido por toda Europa, fue un arte original, la expresión más pura y genuina del alma cristiana medieval, el tiempo máximo de la religión cristiana.

Es curioso cómo Goethe, en el siglo XVIII, tuvo actitudes contradictorias ante los monumentos góticos. En su juventud, mientras estudiaba Derecho en Estrasburgo, se entusiasmó por la catedral de aquella ciudad, orgulloso de que los alemanes habían inventado el estilo. Pero, años más tarde, viajando por Italia, no quiere saber nada del arte gótico y es capaz de pasar por Asís sin mirar siquiera aquel monumento tan representativo de la arquitectura y la pintura medieval que es la basílica de San Francisco. Goethe sólo se detiene ante el templo de Minerva, resto bien conservado, en su fachada, de un templo antiguo. Alemán de la Ilustración, el autor de Faust se volvió, en su Viaje a Italia, contra las mismas formas que desagradaban a Rafael. Lo clásico, en las dos épocas, había logrado deformar el buen gusto de la gente de la calle y de las élites también. Hoy sabemos lo que significó la Edad Media. Un monumento gótico es una creación original, viva, una plegaria ardiendo en las llamas del espíritu, mientras muchos monumentos renacentistas, como muchas obras literarias, parecen tumbas y, si están pletóricas de humanismo, lo que les hace falta es un poco de divinidad. El gran Rafael, desgraciadamente, no pudo evitar el conformismo de su tiempo. Como tampoco Goethe.

Juan Dacio (Vintila Horia), en El Alcázar, 22 de noviembre de 1984

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