lunes, 9 de enero de 2017

Sobre el catolicismo español


Un libro limpio, escrito desde una objetividad universitaria a la que no muchos universitarios saben respetar, un libro sorprendente en definitiva, vista la situación de insoportable partidismo y falsificación en que nos encontramos, es este estudio histórico del profesor tejano Stanley G. Payne, algunos de cuyos planteamientos enfocaremos en la crónica de hoy. Se trata de El catolicismo español (Ed. Planeta, Barcelona, 1984), cuya cubierta, desde luego, es mucho menos científica y justa que el contenido al que en vano trata de ilustrar. El clero español no se dedicó a bailar en la cuerda floja, como deja entender el grabado de Goya, prueba de ello este párrafo del libro de Payne: "La salvaje persecución llevada a cabo por la revolución (se trata del año 1938, n.n.) fue posiblemente la prueba más intensa sufrida por el catolicismo español en su larga y accidentada historia. Tanto los fieles como los eclesiásticos soportaron con valor y estoicismo sus padecimientos. No se registró en el clero casi ninguna apostasía frente a los torturadores. El valor con que el clero y los laicos se enfrentaron a la intensa persecución no fue igualado, triste es decirlo, por un grado equivalente de misericordia, caridad y justicia por parte de los católicos triunfantes de la zona nacionalista del general Franco."

Párrafo elocuente y significativo, ya que el autor, y sobre todo en la parte de su trabajo dedicada al siglo XIX y a los acontecimientos contemporáneos, hace lo que puede para ser imparcial y sabemos lo difícil que es guardar las distancias en un tiempo tan marcado por los prejuicios, como el nuestro. Lo que hubiera podido hacer el autor era comparar el valor del clero español de la zona roja con los heroicos sufrimientos que monjes y sacerdotes padecieron, con el mismo estoicismo, en la Francia republicana de los años del Terror. Los dos acontecimientos –la Iglesia enfrentada con la revolución, la girondina, materialista e igualitaria y la comunista ciento cincuenta años más tarde, en el mismo suelo de la Europa católica– coinciden perfectamente en la misma intencionalidad.


Dicho esto y sin ningún tono de reproche en el teclado musical de mi máquina de escribir, volvamos a los méritos del libro de Payne. Comentando la técnica de las cruzadas, reconoce que "los cruzados españoles se distinguieron por su mayor tolerancia..." y pone como ejemplo al mismo Cid y a las órdenes de Calatrava, Santiago y Alcántara, productos genuinos de una mentalidad medieval humanizada evidentemente por la larga labor de la educación religiosa que, a pesar de sus fallos y abusos, consiguió forjar un alma española muy característica, hecho que me hubiera gustado encontrar descrito con más detalles conclusivos en la obra del profesor Stanley Payne. Creo, por mi parte, que ningún otro pueblo, cristiano o no, haya tenido [sic] de la inmortalidad del alma y de la vida en el más allá una convicción más firme que el español.  Podríamos citar aquí dos hechos impresionantes de por sí, y de grandes consecuencias en la historia de la cultura occidental: en primer lugar, el entusiasmo de El Greco por Toledo, su transcripción casi literal en "El entierro del conde de Orgaz", su adhesión a Castilla a través del elemento religioso que la vitalizaba sin cesar; y, en segundo, la transformación de Rilke, en Toledo y en Ronda, ante la serenidad del pueblo, su certidumbre metafísica, con respecto a la vida eterna. Esta certidumbre, que yo mismo he podido averiguar [sic] durante muchos años y muchos contactos, es quizás el rasgo más característico del español tradicional y representa sin duda la obra más sutil y hermosa  conseguida por la Iglesia, conservadora y repartidora del misterio cristiano.

En cuanto a la polémica Américo Castro-Sánchez Albornoz, sin decirlo expresamente, el profesor Payne parece inclinarse hacia este último. Cree que "la pronunciada tendencia de Castro a la vaguedad y a la hipérbole han debilitado su posición...", reconociendo sus méritos en cuanto a "las transferencias culturales y étnicas, aunque exagerando algo su carácter y significado". Ni la influencia árabe en el idioma castellano "Ha sido tan importante como se pretende", ni el saber musulmán influyó en el mundo universitario de Salamanca o Valladolid, mientras sí "ejerció mucha más influencia en París y Oxford". Eran tan diferentes las dos culturas opuestas, según el profesor Payne, que, a pesar de las demostraciones de Américo Castro, ni siquiera se puede hablar de una "convivencia" de cristianos y musulmanes.

En cuanto a la Inquisición, el tema me parece digno de comentar bajo la dirección informativa del autor mismo. Hubo un total de 50 000 conversos sometidos, de una manera o de otra, al juicio, pero solo fueron condenados a muerte unos 5 000 "durante todo el tiempo e que funcionó la Inquisición". (En un penoso espectáculo ofrecido por el Ayuntamiento de Madrid en la Plaza Mayor, durante el último verano, un saltimbanqui pregonaba al público, en tono de burla, la historia de la capital de España, y afirmaba entre otras sandeces que las víctimas de la Inquisición habían sido 35 000; antes eran los protestantes los que ayudaban a la formación de la leyenda negra, ahora son los mismos españoles, los que están en el poder, me imagino, los que contribuyen a la supervivencia, con engordes ideológico-partidarios, de la mala imagen de España fuera y dentro de sus fronteras). "Más tarde, escribe Payne (o sea, en siglos posteriores al XV y XVI, n.n.), el número de protestantes asesinados en un día, en Francia, sería igual al número de conversos quemados durante los quince años de más severa actuación de la Inquisición española. El número total de ejecuciones por herejía en toda la historia del Santo Oficio no era mucho mayor que el número de personas condenadas en Alemania, sea por protestantes o por católicos durante la obsesión por las brujas, en el siglo XVII." Curiosamente,, el profesor Payne no habla de las ejecuciones en masa de "las brujas" (mujeres católicas, en general) bajo el régimen terrorista de Cromwell y tampoco de la invasión y opresión de Irlanda, donde, por motivos político-religiosos, murieron en tres siglos de anexión, mucho más de 5 000 personas.  "Los comentadores (el traductor quiso decir, me imagino, comentaristas: n.n.) igualan a menudo el terror en masa de los regímenes totalitarios con la Inquisición española. Sin minimizar los horrores cometidos por esta, la equivalencia es ignara e inexacta". ¡Más que evidente! Y mientras la Inquisición desapareció hace más de un siglo, los sistemas de tortura continúan en el espacio soviético y basta leer a Soljenitsin para ver lo que sucede en Rusia, o a Valladares para lo de Cuba, para enterarse de algo que nos hace avergonzar. Pertenecer a la especie humana, con tales contemporáneos al lado, resulta más que molesto. Y mientras [sic] la Inquisición "... no asfixió ni nuevos conocimientos ni reformas en sí mismos, pues el período de mayor liberalismo en el catolicismo español tradicional y el de mayor desarrollo de los conocimientos fue el siglo que siguió al establecimiento de la Inquisición".

Observación no exenta de interés, en un momento en que el bozal de la censura en los países del Esta apaga lenta y seguramente cualquier brote de creación, siendo obligado el Gobierno soviético a recurrir, como consecuencia de esto, al espionaje más descarado para suplir la desertización creadora tanto en la ciencia como en la técnica. Mientras que, como es sabido, la España de la Inquisición fue la de los Siglos de Oro.

La Iglesia católica tuvo un papel preponderante en la historia de España, de su política y de su cultura, de su evolución anímica también, como lo hemos visto más arriba. De la misma manera en que el auge español coincide con el auge de la fe, la decadencia de esta influye en la caída de aquella. Ya desde el siglo XVIII, cuando los jesuitas son perseguidos por Carlos III, imitando el soberano español el ejemplo de casi toda europa, la Iglesia entra en una profunda crisis. Las persecuciones a las que fue sometida por parte de gobiernos más o menos liberales durante el siglo XIX, dejan huellas profundas en la inseguridad de las almas. Conventos e iglesias quemadas, desamortizaciones, guerras civiles, la psique española, acostumbrada a la quietud creadora del pasado, obra tanto de Castilla como de la Iglesia, parece como ausente, indiferente, incapaz de insertarse en los movimientos artísticos, literarios, filosóficos y políticos del romanticismo, incapaz de darse una forma política valedera, mientras el imperio se estaba desmoronando por todas partes, apoyado el derrumbamiento por la misma monarquía y los gobiernos de Madrid. "Mucho más siniestro (que la desamortización, n.n.), escribe Payne, fue el estallido madrileño de violencia popular anticlerical, en julio de 1834, que alcanzó un grado sin precedentes en la historia de España. Los propagandistas anticlericales, al parecer, miembros de sociedades secretas radicales de Madrid (no forzosamente de la masonería), hicieron correr el rumor de que los jesuitas... habían sido la causa de una reciente epidemia de cólera al envenenar las fuentes con el fin de castigar a la capital liberal por sus pecados de impiedad... La radicalización de la turbamulta se convirtió en un rasgo normal de las grandes ciudades españolas del siglo XIX." Empezaba así la auténtica guerra civil en España, la ruptura esencial entre el país tradicional y el país revolucionario, guerra que se prolongó hasta nuestros días y dentro de cuyas polémicas seguimos viviendo todavía, sin mucha esperanza de que el conflicto termine, tarde o temprano.

El mismo fenómeno se ha producido, a finales del siglo XVIII, en casi todos los países europeos, una vez rotos en pedazos partidistas, derecha e izquierda, liberales, radicales, conservadores, socialistas, etcétera, fragmentos de la antigua unidad equilibrada que había fundado la grandeza de Occidente. La permanentización [sic] de la guerra civil en todas partes, mucho más profunda que la política, quiero decir que la visible, palpable y risible en los Parlamentos, el quebrantamiento de la armonía social y anímica ha llevado a Europa, en primer término, y a Occidente en un segundo, a la Primera y luego a la Segunda Guerra mundiales [sic], con las consecuencias que conocemos. Hoy mismo la impotencia europea, su incapacidad de unificación, su debilidad endémica ante Rusia, no es sino la continuación del brote revolucionario y la separación producida por el radicalismo materialista entre la Iglesia y los pueblos. En este sentido, la historia de España es quizás una de las más ilustrativas.

Vintila Horia, en El Alcázar, ¿1984?


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