No he podido aguantar más que un cuarto de hora la
conversación de los sabios alrededor del tema del SIDA, ilustrado, hasta cierto
punto, por "Muerte en Venecia", la película que Visconti sacó
de la famosa novela de Thomas Mann. El libro ha sido publicado en 1912,
en pleno desarrollo del expresionismo alemán, era el segundo libro importante
del autor y planteaba un tema que algo tenía que ver con la problemática
estética de finales del XIX y principios del XX y con las preocupaciones
renovadoras de los vanguardistas de la época, a las que Thomas Mann no
se adhirió jamás, de manera expresa y elocuente, pero cuyo impacto sufrió a lo
largo de toa su carrera literaria. Y no aguanté aquel programa como tampoco
aguanto la película, porque todo el conjunto de "La clave" del
viernes pasado me pareció lastimado desde un principio por un desconocimiento
total -por parte de Visconti como por parte de los dialogantes- de la
novela, como de las intenciones de su autor. Thomas Mann no fue ni
comunista ni cliente in spe del SIDA, tuvo muchos hijos y llevó una vida
sentimental normal y, por el otro lado, fue un burgués, de derecha cuando
escribió "Muerte en Venecia" y de centro cuando se pasó, después de
1918, del lado democrático o liberal de las cosas.
He aquí la lista de las traiciones de Visconti
respecto de la novela: el protagonista es un escritor, el de la novela es un
músico; Aschenbach, el escritor de la novela, no es homosexual; nunca aparecen
en el libro mensajes relacionados con la lucha de clases, como la penosa escena
en el hotel del Lido, según Visconti, cuando la pobre gente que viene a
tocar para los ricos es echada de mala manera por el personal de servicio;
nunca Aschenbach encuentra a una tal Esmeralda, personaje que sólo aparece en
la literatura de Thomas Mann cuarenta años más tarde, en su novela
"El doctor Faustus", cuyo ideario interior nada tiene que ver con el
de "Muerte en Venecia". Una mala mezcla de malas y desahuciadas
dinamitas. No hay nada más falso, más traído por los pelos, más seudorromántico,
más pasado de moda, más perverso hasta lo ridículo que las películas de Visconti.
Todas ellas llevan un mensaje de "liberación". "Muerte en
Venecia", como decía uno de los participantes en "La clave", es
"un himno a la liberación". ¿Pero qué liberación? ¿En qué página de
su libro habla Thomas Mann de la liberación? De la liberación de los
marginados homosexuales, quería decir el médico libertador, como si éste
hubiera sido el padre del cordero, dicho sea en lenguaje machista.
Sin embargo, Thomas Mann plantea en su magnífica
novela el problema de la liberación, sin mencionar la palabra y sin pensar en
ella como iba a hacerlo Visconti traicionando al autor sin el menor
reparo. Se trata de la liberación del espíritu encerrado en un cuerpo, según la
interpretación que Platón da al asunto. Lo estético, en el libro, se vuelve
instrumento de dicha liberación. No se trata de ninguna liberación de los
marginados, sino del tema más serio de la vida, que es el de la muerte como
prolongación liberada, más allá de las limitaciones marginadoras de la
cárcel corporal o somática. Por este motivo, el adolescente, que aparece en la
película bajo el aspecto de un cuerpo deseado por el músico pederasta, no
representa en la novela más que el vehículo, el Hermes Trismegisto, que lleva
las almas desde la finitud del cuerpo a la libertad sin límites del espíritu
inmortal. Es el papel que desarrolla la belleza, lo bello platónico, desde que
el hombre se ha transformado en un imitador del padre, en creador de belleza.
Cualquier obra maestra es capaz, según esta interpretación, de movernos hacia
la eternidad, es decir, hacia la más correcta de las interpretaciones. Y es lo
que Visconti fue incapaz de comprender, o, si lo fue, sus vicios políticos y
corporales le impidieron realizar lo comprendido. Y nos encontramos de repente
con lo caduco que destroza desde dentro toda la falsa creación de un director
de cine incapaz de pasar por encima de sus vicios e inclinaciones y crear algo
en consonancia, no con lo peor de sí mismo, sino con los ideales descubridores
de la verdad, que solo los auténticos liberados, los artistas normales, o
geniales, o vencedores, a través del arte, de sus propias limitaciones, con
capaces de realizar.
Juan Dacio (Vintila Horia), en El Alcázar, 1985
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