Hace dos años, el novelista italiano Mario Pomilio
publicaba un libro titulado Navidades 1833 (Ed. Rusconi, Milán, 1983) en
cuyas páginas trataba de resucitar la tragedia que marcó la larga vida de Alejandro
Manzoni, el autor de la novela Los novios (I promessi sposi,
cuya primera edición es de 1827). Su esposa, Enriqueta Blondel, suiza de
origen, con la que se había casado en 1808, fallecía precisamente el día de
Navidad de 1833. Un año después moría su hija mayor, Julia, esposa del
escritor Máximo d´Azeglio. En 1873, pocos meses antes de pasar Manzoni
a mejor vida, fallecía su hijo Pedro, mientras sus parientes y amigos
trataban de esconder el trágico acontecimiento, y el novelista agonizaba,
después de haber sufrido una caída a los noventa años de edad y después de
haber dominado todo un siglo de prosa italiana con un libro considerado, hoy
todavía, como la mejor novela italiana de todos los tiempos. Vida completa y
feliz, llena de amor, de éxitos y de hijos, llevada lejos de los trajines
cotidianos, ya que Manzoni poseía una respetable fortuna personal, su
final fue marcado, son embargo, por muchos acontecimientos que amargaron sus
últimos años y arrastraron dramas y dolores a lo largo de toda la segunda parte
de su existencia. Mario Pomilio supo resucitar el acontecimiento que
marca por primera vez esta vida aparentemente feliz, al reconstruir aquella
Navidad cuando el escritor, al perder a su amada esposa, se enfrentaba con
problemas que nunca supo resolver, que nadie supo nunca resolver.
Si est Deus unde malum, si Dios existe, ¿por qué el
mal?, se preguntaban los antiguos, en el umbral mismo de una problemática de
tan difícil respuesta y que tantos santos trataron de resolver, sin que nuestra
conciencia haya llegado a formular todavía explicaciones satisfactorias. Sí,
este es el valle de las lágrimas y hay que sufrir hic et nunc con el fin
de que la eternidad sea lo contrario de lo perecedero. Pero, ¿por qué? ¿Cuál es
el sentido de la muerte de los inocentes, del premio cotidiano de los malos, de
la muerte del todo, envuelto el mundo visible en llamas y en gritos? Si esto es
así, ¿para qué un infierno? Y tanto los gnósticos, como decenas y hasta
centenares de herejes respondieron con palabras más injustas todavía que
nuestras dudas.
El dolor de Manzoni tuvo que ser tremendo, ante tanta
desgracia. Había nacido en Milán el 7 de marzo de 1785, de un matrimonio
desavenido, hijo probablemente de uno de los amantes de su madre, a la que
adoró hasta el final y con la que se reunió más tarde, después de educarse en
colegios religiosos, alejado por su padre de toda vida familiar. En 1805 logra
por fin volver con su madre y es en el París de los fastos napoleónicos donde
toma contacto con la filosofía de Condillac, profesa un ateísmo
científico, acorde con su tiempo, asiste a la caída de Napoleón, entra
poco a poco en un ambiente nuevo, dominado por el genio de Chateaubriand,
conoce a Enriqueta, la pierde durante una manifestación callejera, entra
en la iglesia de San Roque, pide a Dios que le revele Su presencia y Su poder
al restituirle a su mujer y, poco después, vuelve a encontrarla. Su conciencia
se queda profundamente conmovida. Enriqueta abjura de su fe protestante y los
dos esposos, reunidos en el seno de la Iglesia, reciben del Papa el permiso
para volver a casarse según el rito católico, en 1810, ya en Milán, donde el
escritor empieza a dedicarse a la literatura. Escribe versos, estudios
históricos, tragedias y, de repente, empieza a investigar el siglo XVIII
lombardo y escribe Los novios. Durante el resto de su vida, más de medio
siglo, se dedicará a corregir y mejorar el texto de su obra maestra, al amparo
de las preocupaciones materiales, pero sacudido por tragedias familiares que
transforman a este hombre en una especie de curioso mártir romántico. Y digo curioso
porque los románticos, sus contemporáneos, mueren jóvenes, mientras él pasea
sus llagas a lo largo de toda una centuria.
El doble centenario del escritor provocó en Italia un montón
de reacciones, desde las dudosas apreciaciones de la intelectualidad entre
comillas, hasta los representantes más cualificados de la literatura italiana
actual, aplastada, creo, por el peso de Manzoni, en un momento, precisamente,
en que las letras peninsulares no brillan como antes, ni alumbran interiores
anímicos, ni plantean problemas esenciales. La literatura italiana es, hoy, tan
imitadora de sí misma como la francesa o la alemana, y resulta penoso decir por
qué, pero el hecho es evidente y la letargia es casi traumática. Han fallecido
todos los grandes y los vivientes son pequeños. Es posible que el trauma sea de
origen político, disimulado por el juego de los partidos mayoritarios que han
agostado la psique más rica en poderes creadores, presente en la base de todos
los renacimientos y restauraciones de lo humano a lo largo de todos los siglos
del hombre occidental.
Pero volvamos a Manzoni. ¿Cómo perdonarle la grandeza
en medio de tanta incertidumbre ocultadora? Los novios plantea,
justamente, el tema de la opresión y de la felicidad imposible, hasta en un
pueblo perdido, en el marco de un mundo dominado por un personaje llamado el
"innominado", representación del demonio como clave del mal político
del que padece el mundo y de todos los males que nacen de este. Y es en el
momento en que el representante del príncipe de este mundo se convierte, bajo
la luz directa de un santo del siglo XVII, Carlos Borromeo, cuando la
reparación se vuelve posible, y los dos novios separados por la intervención
irreverente del señor del mal pueden recuperar su felicidad y casarse. Novela
católica, diría, por antonomasia y romántica por añadidura, siendo los dos
conceptos complementarios, sobre todo en la primera parte de XIX, cuando el
romanticismo vivía bajo el influjo de Chateaubriand y la recuperación de
la libertad, en tiempos de la Restauración, coincidía con la de la fe. ¿Cómo
entender, si no, la trama, los personajes, los acontecimientos representativos,
la descripción de la peste en Milán, la conversión del innombrable, la
simbología encerrada en cada gesto y cada paisaje? Resulta inútil hablar de
liberalismo católico, en relación con la ideología de Manzoni, o de
preferencias plebeyas y democráticas por parte del autor, como lo afirma el
mismo Pomilio, muy equivocado en este sentido: Manzoni supo
construir una obra maestra, el único monumento en prosa italiana del
Romanticismo, un libro que llena de acción y estilo los decenios románticos en
Italia, a pesar o en contra de la impotencia de los demás. Italia no conoció el
romanticismo, dicen. Pero me parece que Los novios vale más que todas
las novelas de Víctor Hugo juntas. ¿Manzoni inútil o superfluo?
Si Italia, desde la aparición de su novela, no hace sino confundirse con sus
personajes, los buenos como los malos...
Tiene razón, además, el gran toscano que fue Giuseppe
Prezzolini, al decir que "El antiheroico y el antihumanista Manzoni
fue autor principal de una reforma que llevó a la italia moderna a aquel
lenguaje de los periodistas, de los manuales, de la escuela y de la
conversación general, que hizo posible la unificación de la península."
¿No es esto bastante para colocar a Manzoni al lado de Cavour y
de Víctor Manuel II, forjadores de la unidd política? Si nos ponemos a
leer hoy los libros de Alfieri, los poemas de los líricos italianos de
finales del XVIII, y hasta a Carducci, que no supo aprovechar la lección
de Manzoni, nos encontramos ante un idioma incomprensible, intelectual,
clásico por imitación, insostenible, elitístico [sic] en el peor sentido
de la palabra, casi salonnard, que aplasta la literatura italiana bajo
una inaguantable capa de cemento humanista. Fue Manzoni quien supo
levantarla y tirarla por la borda de la indiferencia general. La unidad anímica
de los italianos, quiero decir la literaria, la realizó Manzoni, de la
misma manera en que Dante la supo realizar, por primera vez, a finales
de la Edad Media, en el marco de una operación muy parecida, quiero decir
llevada a cabo por la pluma de un genio, unificador por vocación y destino. Y
si las flaquezas burguesas de don Abbondio, el cura gordo de carnes y flaco de
espíritu, proceden del modélico Sancho Panza, la relación con el genio está a
la vista de todos.
Dicen sus críticos que Balzac, Stendhal, Tolstoi
y Dickens hicieron mejor [sic] que él. Tengo dudas.
Cuantitativamente no se le pueden comparar. Pero prefiero Los novios a
las aventuras de Mister Pickwick y a Guerra y paz y un personaje
como don Cristóforo, el otro cura, el activo, el auténticamente cristiano en la
profundidad de su fe y de su actuación, profetiza la aparición en la literatura
católica europea de los curas de Bernanos. Además del paisaje, el
retrato psíquico y el poder de la narración o de la épica, que dan al libro su
tono de obra perenne, Manzoni añade su poder de creación lingüística,
mérito no desdeñable en una época de incertidumbre y de pugnas de todo tipo
cuando, como hoy, se estaban jugando los destinos de los pueblos.
¿Es el hombre "el remordimiento de Dios" o
"un proyecto de Dios", como ha sido tantas veces definido? La vida de
Manzoni parece apoyar la primera definición, mientras su obra aparece
cada vez más como una ilustración de la segunda. La fe inquebrantable del
escritor, atravesando acontecimientos terribles, nos permite conmemorar su
doble centenario a través de esta bifurcación biográfica e ideológica, de la
que ha podido nacer la perfección única de su novela.
Vintila Horia,
en El Alcázar, hacia 1985
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