En el último número de Razón española (el 6 de
agosto-septiembre) aparece un pequeño ensayo de J. J. López Ibor
titulado "Humanización del arte", una auténtica joya brotada desde el
fondo del alma y de la inmensa cultura de este médico humanista, que tantas
huellas ha dejado ya de su inteligencia y de su talento en la ciencia y en las
letras españolas. El problema enfocado sería el siguiente: el pintor no habla,
o habla poco de sí mismo; ¿cómo alcanzar el fondo real de su mundo interior?
Sencillamente a través de su pintura, ya que es ésta expresión genuina de su
interioridad y hasta de su estilo vital. La pintura actual, por ejemplo, daría
cuenta de lo que Sedlmayr llamó "la pérdida del centro", que
sería, según López Ibor, "...un proceso reductor del hombre. Lo
excelso en el hombre no está en la vida consciente, ni en su inconsciente, sino
en su vida espiritual". Pensamiento actual y muy cristiano a la vez. Lo
humano no está ni en las oscuridades del inconsciente, como lo creyeron los
surrealistas, ni en las visibilidades a menudo superficiales de la razón más o
menos pura. Sino en algo que está por encima, hasta tal punto que lo podemos
detectar tanto en los seres de poca razón, como los niños o los locos, como en
los que viven sólo de ideología, simple doxa como la llamaba Sócrates.
El mérito de Velázquez sería, pues, el de haber sabido detectar el
centro espiritual en seres de poca apariencia o de poca razón, como en Las
Meninas o en Los borrachos y en varias de sus obras maestras, donde
la poquedad racional de los personajes no le impide descubrir la espiritualidad
de los mismos. Su pintura es como una eternización de la cotidianidad, signo
evidente de los poderes del artista o del creador. Mientras "el vacío es
para ellos (para los artistas de hoy, n.n.) una nueva patria". Velázquez,
a partir de la apariencia exterior más modesta e insignificante, llega al
centro espiritual y da cuenta en sus lienzos de la participación, limitada pero
íntegramente humana, de unos modelos despreciados por sus contemporáneos.
Una técnica muy original y valedera para explicar el
misterio Velázquez y que ningún crítico de arte ha sabido hasta hoy
explicar como es debido. "Velázquez, hijo de su tiempo, escribe López
Ibor, vivía plenamente esa dimensión de gravedad personal y acertó a
expresarla. Lo que no está centrado está descoyuntado o, si se quiere,
descentrado. Las direcciones de la ruptura son muy variadas y posibles:
descoyuntada es la pintura manierista de un Arcimboldo o incluso del Greco."
Es donde nos separamos del pensamiento del ilustre psicólogo. Porque hay un
camino hacia el centro que parte desde el exterior, que es la técnica de todo
realista y hasta de los impresionistas, y una manifestación del centro desde sí
mismo hacia el exterior, que es la de los manieristas, para llamar de alguna
manera a los espiritualistas románticos, góticos, expresionistas [,] o sea, de
todos aquellos que, rechazando el mensaje exterior, la fugacidad de la
impresión visual, acuden al centro desde el centro mismo. El Greco forma
parte de este grupo. Hasta en su adhesión aparente al mundo visible o realista,
la parte inferior del "Entierro del señor de Orgaz", su técnica para
alcanzar el centro, o el espíritu, acude a nosotros desde la interioridad
central de los personajes. Creemos que el llamado manierismo no
constituye una pérdida del centro, como tampoco el romanticismo, el
expresionismo o el simbolismo. Podríamos decir que corre entre las dos
categorías artísticas la misma diferencia que entre conceptos como
"místico" y "ascético", siendo el mismo el fin de las dos
técnicas.
No así en Picasso (al que no podremos nunca comparar
con El Greco) y en muchos artistas de hoy, que no son ni El Greco
ni Velázquez, precisamente porque viven dentro de una dimensión
descoyuntada y no buscan el centro porque no les interesa dar con él. Lo
rehúyen, al contrario, porque lo espiritual les asusta y transforman su arte en
ideología, sin el menor reparo o timidez porque viven ellos mismos fuera de lo
esencial, al margen del arte que es virtud (del griego areté). En este
sentido, tanto Velázquez como El Greco pertenecen al mismo élan vital,
que es humanizador, como diría López Ibor, siendo deshumanizadora la
actitud y el manierismo decadente de tantos pintores contemporáneos.
Juan Dacio (Vintila Horia) en El Alcázar, octubre de 1984
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