martes, 30 de junio de 2015

Platón y Aristóteles o el contraste complementario


Un libro precioso, bien pensado y bien escrito, al alcance no sólo de los especialistas, es este Aristóteles de Franz Brentano publicado en la colección "Punto Omega" (Ed. Labor, Barcelona 1983; aprovecho esta oportunidad para recordar a mis lectores que yo fundé en 1966 esta colección, perteneciente entonces a la Editorial Guadarrama que tantos textos capitales regaló al público español, colección que yo dirigí durante tres años), libro breve y compacto sobre la vida y la obra del "Estagirita", filósofo sin el cual el sentido mismo de la cultura occidental resultaría incompleto e incomprensible. Resumiendo, los que se interesan por Aristóteles desde una perspectiva más completa, el estudio quizá más exhaustivo jamás dedicado a la ética aristotélica, escrito por Constantin Vicol Ionescu, publicado por el Instituto de Filosofía "Luis Vives" (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 1973), obra capital a la que su autor, fallecido hace pocos años, ha dedicado toda su vida, desde su modesta posición social y académica en Santiago de Chile. *

A pesar de las diferencias fundamentales entre los dos sistemas --el idealista de Platón y el realista de Aristóteles--, este último no dejó nunca de venerar a su maestro, cuyo alumno en la Academia ateniense y colaborador en la misma fue durante años. Escribe Brentano: "No se puede dar expresión más eficaz al sentimiento de una deuda de gratitud nunca extinguida hacia el maestro que le inició en la sabiduría, que como lo hace Aristóteles en el crepúsculo de su vida en los libros de la amistad." Creo que no hay mejor ilustración de la complementariedad de los dos pensadores y de los dos sistemas por ellos defendidos que la pintada por Rafael en su "Escuela de Atenas", donde aparecen (en las estancias del Museo Vaticano) indicando el maestro con el dedo hacia arriba, o sea, hacia el mundo de las ideas eternas desde [sic] donde todo procede, mientras el discípulo, con la mano extendida en un gesto que da cuenta de la medida de lo visible, apunta hacia la realidad, fuente del conocimiento y preparación sine qua non hasta para alcanzar la eternidad. El discípulo, a pesar de todo, continuó al maestro y me parece muy bien que un pensador de la talla de Brentano haya puesto de relieve esta armoniosa polémica, tan profundamente inscrita en el destino mismo de la cultura occidental, encontrándose los dos filósofos en la base de las grandes épocas, también contrastantes y complementarias, de nuestra cultura. Platón en san Agustín y en los comienzos mismos de la Edad Media, Aristóteles en su final tan esplendoroso con santo Tomás y Dante; Platón de nuevo en el humanismo renacentista y la Academia florentina, etcétera. Occidente no es sino un eterno pendular entre sus dos polos filosóficos en los que se concentran los quehaceres de toda nuestra historia.

Lo que nos queda de la obra de Aristóteles no son sino sus escritos llamados "esotéricos", textos perfectamente redactados, pero de riguroso desarrollo dialéctico, destinados a sus discípulos, a los especialistas diríamos hoy, mientras los "exotéricos", pensados y redactados para el gran público en un estilo y dentro de un enfoque más accesible, se han perdido en su totalidad. Platón ha tenido más suerte en este sentido, ya que se ha conservado su obra en su casi totalidad. Pero es aquí donde se detiene la suerte del autor de La República. Es, hasta cierto punto, penoso y, para sus admiradores, desesperante, el hecho de constatar hasta qué punto Platón ha sido un hombre sin suerte, mientras a Aristóteles le ha sonreído el destino en todo lo que ha emprendido, como filósofo y como ser humano vinculado a los acontecimientos y las tentaciones de la existencia terrenal. En efecto, el gran sueño de Platón relacionado con la fundación de una ciudad perfecta destinada a poner en práctica los principios políticos por él formulados en La República han fracasado con tremenda insistencia. Viajó tres veces a Siracusa con el fin de convencer a los dos Dionisios a que le dieran medios suficientes para edificar su polis y nunca lo logró. Y cuando su discípulo Dion echó al tirano y se instaló en el poder, se volvió tirano a su vez, apartándose de la enseñanza del maestro y fue por ello asesinado por sus enemigos. Aristóteles, en cambio, es llamado a Atarnea, en el Asia Menor, donde Hermias le encarga la organización de la pequeña ciudad de Asos, dándole mano libre para ello, en el marco de una democracia lindando sí con la tiranía pero lejos de imitar el régimen de los siracusanos. Más tarde, de vuelta a Pella, la capital de Macedonia, el rey Felipe le encarga la educación de su hijo Alejandro, el cual, una vez en el trono, y más tarde lanzado a su aventura imperial, tratará de aplicar la doctrina de su profesor. Enorme satisfacción para un pensador y más todavía en el momento en que el ex alumno le proporciona los medios para fundar el Liceo en Atenas y le hace enviar para su museo ejemplares de animales, pájaros y plantas, minerales y manuscritos con el fin de ayudar al filósofo en su obra de investigación en la que Aristóteles basará su realismo.

Pero hasta en el amor los acontecimientos concentrarán en Aristóteles su esplendor vital. Casado con Pitia, la hija de Hermias, de la que tendrá un hijo, y luego, en segundas nupcias, con Herpile, el Estagirita hará en sus últimas obras el elogio de la filia, misterio común a la amistad y a la pasión amorosa. Que no es tal pasión en la mentalidad del autor de la Ética puesto que algo razonable permite a los amantes, en el marco del matrimonio, claro está, alcanzar no sólo el máximo de felicidad, sino también las alturas del conocimiento. Es la enseñanza de la Divina Comedia, como es fácil observar. Dante mismo, en unos versos a menudo comentados por los exegetas de su aristotelismo (Purgatorio XVIII) recomienda a los amantes el amor que "...é di fuori a noi offerto" como medida del bien y del mal capaz de controlar al otro amor "...che dentro a voi s´accende", la razón, pues, como dominadora de los sentimientos en un afán equilibrador, cuyo origen aristotélico es evidente. El ejemplo de este equilibrio y control sobre sí mismo nos lo ofrece el mismo Dante, en su Convivio, donde ilustra su teoría recordando el sacrificio de Eneas, el héroe de Virgilio, el cual, en pleno idilio amoroso producido por la pasión (se trata de su aventura con Dido, la reina de Cartago) renuncia a todo y vuelve a embarcarse, puesto que su misión no era la de quedarse y amar, sino la de fundar un nuevo reino que será el de Roma. La razón vence los sentimientos. Y también el amor de Dante por Beatriz va a ser no una pasión de los sentidos, sino una razonada pasión abstracta, conduciendo al poeta hacia el peldaño más alto del conocimiento. El amor, pues, como técnica del conocimiento, síntesis perfecta de los sentimientos y de la razón, algo que nadie, desde entonces, ha logrado llamar a la vida del arte literario.

Sin embargo, Platón no ha conocido el amor, no solo porque no se ha casado y no hay ningún recuerdo de mujer en su vida, sino que, tal como se puede deducir de su Banquete, el amor tal como él lo concibe es más bien homosexual. Hay como una nube en la vida del gran fundador del idealismo y que nunca lo abandonará. Será el esclavo de sus sentidos, lo que, como a Proust, le habrá conducido más de una vez por el sendero de la desesperación. Doble motivo, pues --el incumplimiento de sus ilusiones políticas y su situación marginada dentro de una mala manera de entender el amor-- de desengaño y pesimismo. La vida de Aristóteles es una vida llena, una maravillosa aventura desde el principio hasta el fin. Morirá a los sesenta y dos años (mientras Platón vive hasta pasados los ochenta) colmado por los dioses, mientras a Platón se le muere el maestro Sócrates casi en sus brazos, y el discípulo más querido en el umbral de la vejez. Su recorrido terrenal está marcado por la muerte, al principio y al final. ¿A quién habrá amado? A Dion quizá, pero este amor no otorga ni felicidad ni conocimiento. Desencadenará lo que Petrarca, primer platónico humanista, llamará aegritudo o acidia, en su incierta pasión de hombre de la Iglesia por una Laura que perturbará sus sentidos, lo hará temblar en el viento de la pasión, sin que jamás llegase a tocarla y provocará aquel espléndido alud de sentimentalismo fundador de la lírica moderna que son sus Rimas, escritas para una Laura viviente, inspiradora de la más ardiente pasión, y para una Laura muerta que seguirá hasta el final en la memoria del poeta. Mientras el otro estilo, el aristotélico, inspirará a Dante las tercinas de su obra maestra, como un manantial de plenitud. De Petrarca a Miguel Ángel, platónico vencido por la pasión carnal fuera de la ley natural, pasando por los homosexuales del complot romano organizado por Pomponio Leto en el siglo XV, de inspiración platónica también, hay toda una veta que enlaza por encima de los siglos con la Academia y el Banquete. Habrá que esperar a Galileo para que el Renacimiento humanista se salga de lo que el matemático toscano llamaba "las matemáticas platónicas", situándose el Barroco y sus descubrimientos científicos renovadores, realistas en el sentido más aristotélico y cristiano posible, en la estela clarísima del fundador del Liceo.

Época tras época, el mundo occidental ha vivido bajo la luz de uno y de otro, Platón y Aristóteles, en una fuga hacia delante que fue siempre un eterno retorno a los orígenes. ¿Podríamos afirmar, sin riesgo de equivocarnos, que España, en sus épocas mejores, los siglos XV y XVI, fue más bien aristotélica que platónica y que, bajo este signo, dio la espalda al humanismo renacentista? Hasta cierto punto sí, porque no todo fue aquí continuación limpia de la Edad Media, quiero decir de Aristóteles. El proyecto español de imperio universal está basado en el De Monarchia de Dante, que es un rechazo del Estado maquiavélico, como lo he dicho aquí alguna que otra vez, pero Garcilaso fue petrarquista, es decir, platónico, y otros más, enturbiando por así decir el tono mayor de la empresa castellana. ¿Fue Cervantes aristotélico o platónico? Es posible que volvamos un día sobre el asunto, más que apasionante, porque si es cierto que el espíritu español fue romántico por antonomasia, antes de la aparición del romanticismo en Europa, se trató siempre de algo muy especial y genuino, una mezcla de sentimientos y razón que otorgan una tonalidad característica a los más aparentemente atormentados, como el Arcipreste de Hita, Tirso, Gracián, Quevedo y el mismo Cervantes. ¿Dónde termina Platón y dónde empieza Aristóteles dentro del perenne romanticismo español? Tema para meditar y no sólo en un artículo.

Vintila Horia, en El Alcázar, 22 de noviembre de 1984

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