Un libro precioso, bien pensado y bien escrito, al alcance
no sólo de los especialistas, es este Aristóteles de Franz Brentano
publicado en la colección "Punto Omega" (Ed. Labor, Barcelona 1983;
aprovecho esta oportunidad para recordar a mis lectores que yo fundé en 1966
esta colección, perteneciente entonces a la Editorial Guadarrama que tantos
textos capitales regaló al público español, colección que yo dirigí durante
tres años), libro breve y compacto sobre la vida y la obra del
"Estagirita", filósofo sin el cual el sentido mismo de la cultura
occidental resultaría incompleto e incomprensible. Resumiendo, los que se
interesan por Aristóteles desde una perspectiva más completa, el estudio
quizá más exhaustivo jamás dedicado a la ética aristotélica, escrito por Constantin
Vicol Ionescu, publicado por el Instituto de Filosofía "Luis
Vives" (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 1973),
obra capital a la que su autor, fallecido hace pocos años, ha dedicado toda su
vida, desde su modesta posición social y académica en Santiago de Chile. *
A pesar de las diferencias fundamentales entre los dos
sistemas --el idealista de Platón y el realista de Aristóteles--,
este último no dejó nunca de venerar a su maestro, cuyo alumno en la Academia
ateniense y colaborador en la misma fue durante años. Escribe Brentano:
"No se puede dar expresión más eficaz al sentimiento de una deuda de
gratitud nunca extinguida hacia el maestro que le inició en la sabiduría, que
como lo hace Aristóteles en el crepúsculo de su vida en los libros de la
amistad." Creo que no hay mejor ilustración de la complementariedad de los
dos pensadores y de los dos sistemas por ellos defendidos que la pintada por Rafael
en su "Escuela de Atenas", donde aparecen (en las estancias del Museo
Vaticano) indicando el maestro con el dedo hacia arriba, o sea, hacia el mundo
de las ideas eternas desde [sic] donde todo procede, mientras el
discípulo, con la mano extendida en un gesto que da cuenta de la medida de lo
visible, apunta hacia la realidad, fuente del conocimiento y preparación sine
qua non hasta para alcanzar la eternidad. El discípulo, a pesar de todo,
continuó al maestro y me parece muy bien que un pensador de la talla de Brentano
haya puesto de relieve esta armoniosa polémica, tan profundamente inscrita en
el destino mismo de la cultura occidental, encontrándose los dos filósofos en
la base de las grandes épocas, también contrastantes y complementarias, de
nuestra cultura. Platón en san Agustín y en los comienzos mismos
de la Edad Media, Aristóteles en su final tan esplendoroso con santo
Tomás y Dante; Platón de nuevo en el humanismo renacentista y
la Academia florentina, etcétera. Occidente no es sino un eterno pendular entre
sus dos polos filosóficos en los que se concentran los quehaceres de toda
nuestra historia.
Lo que nos queda de la obra de Aristóteles no son
sino sus escritos llamados "esotéricos", textos perfectamente
redactados, pero de riguroso desarrollo dialéctico, destinados a sus
discípulos, a los especialistas diríamos hoy, mientras los
"exotéricos", pensados y redactados para el gran público en un estilo
y dentro de un enfoque más accesible, se han perdido en su totalidad. Platón
ha tenido más suerte en este sentido, ya que se ha conservado su obra en su
casi totalidad. Pero es aquí donde se detiene la suerte del autor de La
República. Es, hasta cierto punto, penoso y, para sus admiradores,
desesperante, el hecho de constatar hasta qué punto Platón ha sido un
hombre sin suerte, mientras a Aristóteles le ha sonreído el destino en
todo lo que ha emprendido, como filósofo y como ser humano vinculado a los
acontecimientos y las tentaciones de la existencia terrenal. En efecto, el gran
sueño de Platón relacionado con la fundación de una ciudad perfecta
destinada a poner en práctica los principios políticos por él formulados en La
República han fracasado con tremenda insistencia. Viajó tres veces a
Siracusa con el fin de convencer a los dos Dionisios a que le dieran medios
suficientes para edificar su polis y nunca lo logró. Y cuando su discípulo Dion
echó al tirano y se instaló en el poder, se volvió tirano a su vez, apartándose
de la enseñanza del maestro y fue por ello asesinado por sus enemigos. Aristóteles,
en cambio, es llamado a Atarnea, en el Asia Menor, donde Hermias le
encarga la organización de la pequeña ciudad de Asos, dándole mano libre para
ello, en el marco de una democracia lindando sí con la tiranía pero lejos de
imitar el régimen de los siracusanos. Más tarde, de vuelta a Pella, la capital
de Macedonia, el rey Felipe le encarga la educación de su hijo Alejandro,
el cual, una vez en el trono, y más tarde lanzado a su aventura imperial,
tratará de aplicar la doctrina de su profesor. Enorme satisfacción para un
pensador y más todavía en el momento en que el ex alumno le proporciona los
medios para fundar el Liceo en Atenas y le hace enviar para su museo ejemplares
de animales, pájaros y plantas, minerales y manuscritos con el fin de ayudar al
filósofo en su obra de investigación en la que Aristóteles basará su
realismo.
Pero hasta en el amor los acontecimientos concentrarán en Aristóteles
su esplendor vital. Casado con Pitia, la hija de Hermias, de la
que tendrá un hijo, y luego, en segundas nupcias, con Herpile, el
Estagirita hará en sus últimas obras el elogio de la filia, misterio
común a la amistad y a la pasión amorosa. Que no es tal pasión en la mentalidad
del autor de la Ética puesto que algo razonable permite a los amantes,
en el marco del matrimonio, claro está, alcanzar no sólo el máximo de
felicidad, sino también las alturas del conocimiento. Es la enseñanza de la Divina
Comedia, como es fácil observar. Dante mismo, en unos versos a
menudo comentados por los exegetas de su aristotelismo (Purgatorio XVIII)
recomienda a los amantes el amor que "...é di fuori a noi offerto"
como medida del bien y del mal capaz de controlar al otro amor "...che
dentro a voi s´accende", la razón, pues, como dominadora de los
sentimientos en un afán equilibrador, cuyo origen aristotélico es evidente. El
ejemplo de este equilibrio y control sobre sí mismo nos lo ofrece el mismo Dante,
en su Convivio, donde ilustra su teoría recordando el sacrificio de
Eneas, el héroe de Virgilio, el cual, en pleno idilio amoroso producido
por la pasión (se trata de su aventura con Dido, la reina de Cartago) renuncia
a todo y vuelve a embarcarse, puesto que su misión no era la de quedarse y
amar, sino la de fundar un nuevo reino que será el de Roma. La razón vence los
sentimientos. Y también el amor de Dante por Beatriz va a ser no
una pasión de los sentidos, sino una razonada pasión abstracta, conduciendo al
poeta hacia el peldaño más alto del conocimiento. El amor, pues, como técnica
del conocimiento, síntesis perfecta de los sentimientos y de la razón, algo que
nadie, desde entonces, ha logrado llamar a la vida del arte literario.
Sin embargo, Platón no ha conocido el amor, no solo
porque no se ha casado y no hay ningún recuerdo de mujer en su vida, sino que,
tal como se puede deducir de su Banquete, el amor tal como él lo concibe
es más bien homosexual. Hay como una nube en la vida del gran fundador del
idealismo y que nunca lo abandonará. Será el esclavo de sus sentidos, lo que,
como a Proust, le habrá conducido más de una vez por el sendero de la
desesperación. Doble motivo, pues --el incumplimiento de sus ilusiones
políticas y su situación marginada dentro de una mala manera de entender el
amor-- de desengaño y pesimismo. La vida de Aristóteles es una vida
llena, una maravillosa aventura desde el principio hasta el fin. Morirá a los
sesenta y dos años (mientras Platón vive hasta pasados los ochenta)
colmado por los dioses, mientras a Platón se le muere el maestro Sócrates
casi en sus brazos, y el discípulo más querido en el umbral de la vejez. Su
recorrido terrenal está marcado por la muerte, al principio y al final. ¿A
quién habrá amado? A Dion quizá, pero este amor no otorga ni felicidad
ni conocimiento. Desencadenará lo que Petrarca, primer platónico
humanista, llamará aegritudo o acidia, en su incierta pasión de hombre
de la Iglesia por una Laura que perturbará sus sentidos, lo hará temblar
en el viento de la pasión, sin que jamás llegase a tocarla y provocará aquel
espléndido alud de sentimentalismo fundador de la lírica moderna que son sus Rimas,
escritas para una Laura viviente, inspiradora de la más ardiente pasión,
y para una Laura muerta que seguirá hasta el final en la memoria del
poeta. Mientras el otro estilo, el aristotélico, inspirará a Dante las
tercinas de su obra maestra, como un manantial de plenitud. De Petrarca
a Miguel Ángel, platónico vencido por la pasión carnal fuera de la ley
natural, pasando por los homosexuales del complot romano organizado por Pomponio
Leto en el siglo XV, de inspiración platónica también, hay toda una veta
que enlaza por encima de los siglos con la Academia y el Banquete. Habrá
que esperar a Galileo para que el Renacimiento humanista se salga de lo
que el matemático toscano llamaba "las matemáticas platónicas",
situándose el Barroco y sus descubrimientos científicos renovadores, realistas
en el sentido más aristotélico y cristiano posible, en la estela clarísima del
fundador del Liceo.
Época tras época, el mundo occidental ha vivido bajo la luz
de uno y de otro, Platón y Aristóteles, en una fuga hacia delante
que fue siempre un eterno retorno a los orígenes. ¿Podríamos afirmar, sin
riesgo de equivocarnos, que España, en sus épocas mejores, los siglos XV y XVI,
fue más bien aristotélica que platónica y que, bajo este signo, dio la espalda
al humanismo renacentista? Hasta cierto punto sí, porque no todo fue aquí continuación
limpia de la Edad Media, quiero decir de Aristóteles. El proyecto
español de imperio universal está basado en el De Monarchia de Dante,
que es un rechazo del Estado maquiavélico, como lo he dicho aquí alguna que
otra vez, pero Garcilaso fue petrarquista, es decir, platónico, y otros
más, enturbiando por así decir el tono mayor de la empresa castellana. ¿Fue Cervantes
aristotélico o platónico? Es posible que volvamos un día sobre el asunto, más
que apasionante, porque si es cierto que el espíritu español fue romántico por
antonomasia, antes de la aparición del romanticismo en Europa, se trató siempre
de algo muy especial y genuino, una mezcla de sentimientos y razón que otorgan
una tonalidad característica a los más aparentemente atormentados, como el Arcipreste
de Hita, Tirso, Gracián, Quevedo y el mismo Cervantes.
¿Dónde termina Platón y dónde empieza Aristóteles dentro del
perenne romanticismo español? Tema para meditar y no sólo en un artículo.
Vintila Horia,
en El Alcázar, 22 de noviembre de 1984
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