No se han apagado todavía los ecos del aniversario del
nacimiento de Rafael Sanzio. 1983 fue su año en toda Europa y en las
Américas, hispanas o no, y muchos libros, muchas exposiciones, artículos y
festejos de todo tipo han ilustrado el recuerdo de la vida y de la fulminante
carrera del pintor, muerto tan joven, en pleno esplendor artístico, pero dueño
ya de un imperio personal, el de una pintura que venció los siglos. Es dentro
de esta brillante conmemoración donde acaba de publicarse un librito del mismo Rafael,
titulado Il pianto di Roma (El llanto de Roma, Ed. Fogola, Turín,
1984), con un prefacio, sumamente interesante y bienvenido, por Piero
Buscaroli.
Como es sabido, en pleno vandalismo destructor de los
monumentos antiguos, aún existentes en aquella época en Roma, el pintor de
Urbino es encargado por el papa León X (no podía ser sino un Médicis,
amante de lo clásico y humanista nato) de redactar una relación o informe sobre
el estado de conservación y la posibilidad de salvación de los monumentos romanos.
Rafael era entonces "magister operis" en San Pedro y también
"praefectus marmorum et lapidorum omnium" y amigo de uno de los
personajes más curiosos y geniales de aquel final del siglo XV, Baltasar
Castiglione, que fue nuncio de Clemente VII en España, y fallecerá
en Toledo en el año 1529. Autor del Cortesano, Castiglione creó
el modelo del hombre culto que animaba la vida cultural y sentimental de las
cortes renacentistas, inspirador de Gracián un siglo más tarde, y cantó
en un soneto "las sagradas ruinas" de aquella roma a la que el pintor
se propuso salvar.
Como lo afirma Buscaroli en su prefacio, Rafael
puede ser considerado como el primer defensor del patrimonio artístico de una
ciudad, un ecologista anticipado, dando cuenta en su escrito de las
lamentaciones de los intelectuales que le rodeaban y que se entusiasmaron por
la idea de aquella defensa. Donde Rafael se equivocaba, como buen hombre
del Renacimiento que era, continuando en su escrito una polémica empezada por Petrarca
y todavía en el aire, es en relación con la Edad Media, época gótica y, por
ende, germánica: "Los edificios del tiempo de os godos, escribe, son tan
exentos de cualquier gracia, sin matiz alguno, contrastantes, pues, con los
antiguos y modernos." Es preciso aclarar aquí que, según las
clasificaciones de aquel tiempo, moderno era el Renacimiento mismo.
Resulta difícil aceptar dicha crítica. El arte gótico nos
aparece hoy como mucho más lleno de gracia que los pesados monumentos imitando
[sic], a lo largo de todo el Renacimiento, la arquitectura romana o
clásica en general. Esta no fue sino una imitación, la reproducción fiel, y a
veces perfeccionada, de algo que ya había existido: re-nacimiento, la palabra
misma lo dice claramente, el nuevo nacimiento de un tiempo que ya había nacido
una vez. Mientras el arte gótico, en absoluto inventado por los alemanes, ya
que nació en Francia y luego [fue] difundido por toda Europa, fue un arte
original, la expresión más pura y genuina del alma cristiana medieval, el
tiempo máximo de la religión cristiana.
Es curioso cómo Goethe, en el siglo XVIII, tuvo
actitudes contradictorias ante los monumentos góticos. En su juventud, mientras
estudiaba Derecho en Estrasburgo, se entusiasmó por la catedral de aquella
ciudad, orgulloso de que los alemanes habían inventado el estilo. Pero, años
más tarde, viajando por Italia, no quiere saber nada del arte gótico y es capaz
de pasar por Asís sin mirar siquiera aquel monumento tan representativo de la
arquitectura y la pintura medieval que es la basílica de San Francisco. Goethe
sólo se detiene ante el templo de Minerva, resto bien conservado, en su
fachada, de un templo antiguo. Alemán de la Ilustración, el autor de Faust
se volvió, en su Viaje a Italia, contra las mismas formas que
desagradaban a Rafael. Lo clásico, en las dos épocas, había logrado
deformar el buen gusto de la gente de la calle y de las élites también. Hoy
sabemos lo que significó la Edad Media. Un monumento gótico es una creación
original, viva, una plegaria ardiendo en las llamas del espíritu, mientras
muchos monumentos renacentistas, como muchas obras literarias, parecen tumbas
y, si están pletóricas de humanismo, lo que les hace falta es un poco de
divinidad. El gran Rafael, desgraciadamente, no pudo evitar el
conformismo de su tiempo. Como tampoco Goethe.
Juan Dacio (Vintila
Horia), en El Alcázar, 22 de noviembre de 1984
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