Bajo este título publica Primo Siena un libro
estremecedor, dedicado a la educación, a la mala educación profesada por los
ángeles caídos del siglo XX. Mientras
en la URSS el sistema educativo es de lo más retrógrado y reaccionario (en el
sentido que la izquierda otorga a esta palabra), en el mundo occidental, en los
países pertenecientes al régimen capitalista y libertario, los mismos
comunistas tratan de introducir un sistema educacional inspirado sea por el
materialismo de Dewey, ya tradicional en el marco del pragmatismo
norteamericano, sea dirigido por unos principios destinados en apariencia a
liberar a docentes y dicentes, destinado en realidad a transformar a la
juventud en carne de cañón totalitaria. El mismo estructuralismo, como lo he
afirmado aquí tantas veces, no tenía sino esta meta: la de aniquilar en el
alumno cualquier afán independiente y transformarlo en robot obediente, incapaz
de pensar por su cuenta y de crear. El libro de Primo Siena (Scuola
del malessere, Società Editrice Il Falco, Milán 1983) plantea el problema
de los orígenes de dicho malestar. Suele afirmarse, desde la perspectiva del
malestar, que pragmatistas y naturalistas han realizado una auténtica
"revolución copernicana" en la educación de nuestro tiempo.
Afirmación irreal y utópica como todo lo que tocan estos fantasmones.
Auténticos copernicanos, afirma Mario Casotti, en us ensayo Antimoderno
pedagógico, citado por Primo Siena, eran los metafísicos de la
antigüedad que colocaban al sol en medio de la realidad, o sea a Dios, mientras
los pensadores modernos, inspirados por Copérnico, situaban a la tierra in
medias res, o sea al sujeto humano. Mientras los falsos copernicanos
actuales deshacen el centro, tanto al antiguo como al moderno, llenan de angustia
al educando como al educador y preparan el terreno para una posible sustitución
del hombre por su propia sombra. Es uno de los aspectos más interesantes y
dignos de ser estudiados en el marco de la degradación contemporánea, obra cada
vez más evidente de la tautología marxista. Una verdadera pedagogía destinada a
forjar a la persona humana, al cabo de un proceso educativo individual, ha sido
sustituida por un ideal de clase, o sea de masa, hasta tal punto que el
ciudadano ha sido transformado en un apólide, miembro de una sociedad llamada
de la "verdadera democracia" donde lo político tiene que empapar a la
sociedad escolar hasta tal punto que uno de los principios fundamentales de la
democracia, el de la igualdad, pueda ser aplicado con el fin de nivelarlo todo,
partiendo, sin embargo, desde lo más bajo. Es el sentido que tiene la fórmula
utilizada hace años por los "libertadores" de la sociedad española
cuando pedían a voz en grito una "universidad para el pueblo",
concepto absurdo, exento además de cualquier valor pedagógico, ya que la
Universidad, para el bien de todos, es la expresión de una élite, concepto, sin
embargo, lleno de atractivos demagógicos. Países como Italia y Francia, pero
también Suecia y Estados Unidos, caídos durante los años sesenta en la trampa
pragmatista (léase socialista) han visto bajar de manera espectacular el nivel
de sus élites, sometidas, sobre todo en las Universidades, al tiroteo político
de unas minorías que habían perdido los estribos y que causaron en la sociedad
occidental los mayores daños, aún no curados del todo. Italia ha sido, quizá,
el país más profundamente alcanzado por dichos tiros y los resultados de
aquella guerra sucia no han dejado de notarse en el mismo nivel cultural y
científico de la península. Las hornadas universitarias de los últimos dos
decenios han sido poco rentables por así decirlo, y la misma sociedad italiana
se ha visto en la obligación, ante un Gobierno entregado a las izquierdas, a
crear universidades privadas, donde el nuevo nivel de los profesores, como de
los alumnos, ha permitido una ligera recuperación, cada vez más pronunciada, a
medida que ha aumentado el número de educadores y educandos despolitizados. La
responsabilidad de la democracia cristiana en este subdesarrollo, impuesto por
los partidos marxistas, ha sido enorme.
Pero si pensamos en otro tipo de responsabilidad, habría que
involucrar a Rousseau en el asunto,
como lo hace Primo Siena
también, en el capítulo titulado "Los equívocos de la nueva educación".
Y que de nuevo no tiene nada, ya que no es sino la continuación de la vieja
herejía igualitaria del siglo XVIII, presente en todo intento de metamorfosis
humana, a lo largo de los últimos dos siglos, y cuyo fin inmediato ha sido
siempre la revolución, mejor dicho el retorno de la humanidad a un estado de
ánimo casi animálico, fácilmente gobernable, como lo han demostrado tanto los
mismos Estados donde la revolución, como en Cuba o la URSS, se ha hecho con el
poder, sea [sic] en las novelas
futuribles de Zamiatin, Huxley, Orwell y demás escritores
interesados por el problema y deseosos de revelar la verdad a sus lectores. De
esta manera los lemas revolucionarios, los de 1789 como los de 1917 y
alrededores, se han vuelto orwellianos: la libertad es la esclavitud, la
paz es la guerra, la ignorancia es la fuerza. En efecto, cada uno de
estos lemas, partiendo desde unos principios establecidos en los libros de los
enciclopedistas y, mucho más tarde, desde las ideas del marxismo, ha dado una
impresionante vuelta sobre sí mismo y hoy hemos llegado a saber hasta qué punto
la paz propuesta por los soviéticos, en todos los continentes, es la guerra,
mientras su libertad es la de los gulags, cuya fuerza mana directamente desde
la ignorancia propuesta como fuente de todos los saberes por la "nueva
educación". Sería ocioso insistir en estos aspectos de un programa que
puede poseer varios nombres y rótulos, según el sector donde tratan de
aplicarlo, y que tienen el mismo contenido, destinado a acabar con la última
resistencia del hombre. El rinoceronte, como en el drama de política-ficción de
Ionesco, es el ideal de esta pedagogía.
El error más evidentemente garrafal de la llamada
"nueva escuela" ha sido el de insistir, a pesar de todo, en la
"libertad del dicente". La libertad, como principio fundamental de la
revolución (?), ha sido trasladada a la escuela, opuesta a la idea tradicional
de la "autoridad del docente". Primo Siena acude en este
capítulo a los comentarios que hacía Maurras de la autoridad, descendida
desde lo alto, única productora de libertad, ya que esta, contrariamente a lo
formulado por Rousseau, no es un privilegio innato, sino una lenta
conquista. El hombre alcanza el nivel capaz de otorgarle liberad, después de
haber sido iniciado a todos los secretos de la sabiduría, bajo la protección de
la auctoritas; siendo esta tanto política, como religiosa y pedagógica,
procedentes todas ellas de la protección inicial, como una introducción a la
iniciación, que es la familia. La lucha contra la familia, como la [que se
lleva] en contra de la Iglesia, o de la Justicia, o del Ejército y de cualquier
forma de autoridad sine qua non para que el individuo se vuelva ser
humano, formado y no nacido, cobra de repente, bajo esta perspectiva, una
espeluznante actualidad. La lucha dentro de la escuela representa en el fondo y
simboliza al mismo tiempo lo que, desde un punto de vista macrocósmico, está
sucediendo en todas partes, o sea en todos los frentes de lo humano. No se
trata de hacer, sino de deshacer. Podemos pues definir la autoridad, utilizando
las mismas palabras del pedagogo italiano, como una forma de libertad que se
perfecciona dentro de la ley. "En la escuela no ingresa el hombre
integral, escribe Primo Siena, porque es natural que cuando el hombre haya
alcanzado la integralidad de su persona no necesita sentarse en el banco del
dicente... En la escuela entra, al contrario, el hombre por hacer, la
persona a educar." Ruskin, citado por Siena, decía también que
cualquier tipo de "...educación superior del alma se basa en la obediencia
y, si conduce a la libertad, nunca parte de ella."
En conclusión, todo educador que [¿no?] plantea su problema
desde el punto de vista de la formación desde una auctoritas capaz de
otorgar al alumno una consciencia nacional, no es un educador, sino un instrumento
de la utopía, a la que la educación realista que propugna Primo Siena en
su libro, opone la tradición, lo que, en el fondo, nos lleva volens nolens
a la defensa de todas las instituciones que manan desde el derecho natural.
Podríamos afirmar incluso, siguiendo el mismo cauce apuntado más arriba, que el
desequilibrio, la angustia, el malestar anímico de las nuevas generaciones, que
buscan afanosamente ideales imposibles o curaciones urgentes de su profunda
crisis inicial en el terrorismo y en la droga, la una inserta lógicamente en el
otro, proceden de la crisis fundamental que es la de la educación. El hombre ha
sido trastornado desde la escuela, sin posibilidades, al salir de ella, de
comprender lo que significa la integración en la patria, en la sociedad bajo
cualquier forma posible, en la nueva familia, en el mester mismo de cada
ciudadano, que pierde de este modo cualquier necesidad de ser. El trabajo, el
amor a la vida y a los demás –ya que es este el sentido del trabajo, vivir y
ayudar a vivir– no tiene sentido, puesto que los demás son el infierno, según
la fórmula de uno de los grandes responsables del caos, el Sartre de su
obra completa, ya que no ha escrito una sola página sin pensar en la
posibilidad de hacer daño a sus contemporáneos. Su responsabilidad ha sido tan
grande como la de los distribuidores de heroína.
Es así como ha surgido la contestación en el marco de la
escuela y la degradación instantánea de los ideales de 1968. Tanto Marcuse
como, indirectamente, los pedagogos de la libertad-contra-la-autoridad, han
moldeado un tipo humano, el del docente como el del dicente, que constituye,
hoy todavía, la imagen más elocuente y más dolorosa, desde un punto de vista de
un futuro posible en ese sentido, de la decadencia, tanto en el mundo capitalista
como en el comunista, ya que la imagen es complementaria. El autoritarismo de
la escuela soviética no es sino el espejo de lo que ha de ser el hombre
siguiendo la huella de una subversión llamada "nueva educación", tan
antigua como el mal. Piensen en los sofistas, enemigos de Platón, y
entenderán en el acto lo que el ser humano puede ser, lo que no fue merced a la
oposición de la Academia, pero que está cuajando hoy mismo dentro de una
sociedad que supo envenenar a Sócrates, sin saber engendrar a su discípulo.
Por este motivo, libros como los de Primo Siena se
vuelven, al mismo tiempo, dinamita y bálsamo, látigo y medicina.
Vintila Horia,
en El Alcázar, marzo de 1984
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