El error más grande que pudo cometer Thomas Mann en
su vida de ensayista ha sido el de confundir a Freud con un
"revolucionario romántico". En uno de sus ensayos,, formando parte de
su libro Schopenhauer, Nietzsche, Freud (Plaza y Janés, Barcelona,
1986), nos invita, en el fondo, a seguirlo por el camino de su propia
autobiografía de errores, paralela a la de los aciertos realizados en su
carrera de novelista, no siempre lograda, como la tetralogía José y sus
hermanos, libro prolijo, pesado, lleno de símbolos bíblicos, tratando en
vano de armonizar la historia con el mito y este con lo religioso, en un
esfuerzo contradictorio y a menudo contraproducente, ya que aquel inmenso
tinglado tenía que demostrar algo que no supo demostrar. Uno de los misterios
de su vida, que permaneció oscuro, por lo menos para los no iniciados, debió de
apesadumbrarlo hasta el final, y trató de liberarse en la tetralogía, como una
vez Wagner en la suya, pero sin lograrlo. Aquello se quedó a nivel de
pesadilla literaria, por lo menos para sus lectores no prevenidos, o poco.
De aquel derrotero infeliz se quedó Thomas Mann con
ciertos prejuicios que pudieron dejar detrás de sí la impresión de que el autor
navegaba en alta mar, entre las ideas más progresistas de su siglo, cuando, en
realidad, y según el rumbo tan original que ha tomado la historia en este fin
de siglo, aquel progresismo liberal, del que Mann gozaba alardear, se
nos antoja hoy más bien conservadurista en el peor sentido de la palabra,
rimando con las escorias del siglo. De manera que, mientras en el ensayo sobre Nietzsche,
analizado aquí la semana pasada, el pensamiento de Thomas Mann alcanzaba
interesantes puntos de vista, porque se situaba en una línea crítica sumamente
actual, el dedicado a Freud ("El puesto de Freud en la historia del
espíritu moderno") se me antoja injusto, incompetente y fuera de juego en
este momento. Vayamos por partes.
Thomas Mann cree saber que el romanticismo alemán, al
tratar de continuar la Ilustración francesa, se proponía realizar una revolución,
en el sentido de que, al oponerse a los valores tradicionales o religiosos,
lograría ser revolucionario, en una línea destinada a llegar a los niveles más
altos del desarrollo y de la libre felicidad de los seres humanos. Freud mismo
hubiera sido, bajo esta luz, un romántico, puesto que llegaba a describir las
profundidades del alma y a poner de relieve la importancia de lo oscuro, del
mundo inconsciente, de los sueños, etcétera, partes anímicas a las que los
románticos alemanes habían también aprovechado [sic], aunque
desprovistos de las posibilidades deontológicas que Freud tuvo a su
disposición. Es verdad que entre romanticismo y psicoanálisis existe en común
esta perspectiva de nocturnidad, relacionada con el mundo inconsciente, pero no
es menos verdad que los unos se sitúan en un nivel típico de su corriente,
irracionalista, religiosa y tradicionalista, mientras el pensador vienés trata
del inconsciente desde el punto de vista del racionalismo materialista. Sus
posiciones difieren hasta tal punto que definen perfectamente las intenciones
situadas en sus bases. Los románticos tratan del alma en el sentido religioso
tradicional de la palabra, mientras Freud la maneja como si fuese un
residuo somático. No puede haber mayor diferenciación entre los dos. Jung
puede ser definido como romántico, enfocado desde este punto de vista, mientras
Freud, como lo definió su discípulo, hasta cierto punto, Ludwig
Binswanger, "un optimista intelectual, un naturalista". Nada más
alejado de los románticos, pesimistas por antonomasia. "Está claro,
escribe Binswanger en un ensayo titulado La concepción freudiana del
hombre, que en lugar de la teología tenía ahora que venir la psicología; en
lugar de la salvación, la salud; en lugar del sufrimiento, el síntoma; en lugar
del cura, el médico, y que en lugar del sentido y del contenido de la vida,
eran el placer y el no placer los que tenían que transformarse en problemas de
primera magnitud." Y sabemos que ningún romántico bregó en nombre de este
tipo de situaciones, ni siquiera los menos tradicionalistas.
Me pregunto, por consiguiente, ¿qué es lo que pretendía
demostrar Thomas Mann a través de esta evidente confusión? Quizá la
actualidad de Freud, aprovechando el retorno del romanticismo producido
con el expresionismo, al que el mismo autor de Muerte en Venecia debió
tanto y en un momento en que las críticas de los antiguos discípulos, tanto Jung
como Adler, estaban sacudiendo los fundamentos mismos del psicoanálisis
freudiano. Resulta hoy difícil explicar tan burda equivocación. El ensayo en
sí, que trata más bien del romanticismo que de Freud, ha sido criticado
por este de la siguiente manera: "El artículo de Thomas Mann es muy
honorífico. (A lo mejor el traductor se equivoca y confunde honroso con
honorífico, n.n.). Me ha dado la impresión de que se encontraba escribiendo un
artículo sobre el romanticismo, al recibir la invitación de escribir sobre mí,
y así contrachapeó el medio artículo, por delante y por detrás, como dicen los
ebanistas, con psicoanálisis; el cuerpo es de otra madera. De todos modos,
cuando Mann dice algo, siempre tiene pies y cabeza." Yo creo que,
en este caso, el contrachapeo no tiene ni pies ni cabeza.
El mismo intento de asimilar a los románticos con la
Ilustración parece hoy todo un disparate, porque el reino de la diosa de la
razón fue, precisamente, lo opuesto a "Las noches", de Novalis,
y a todo lo que el concepto de "noche" significó para los alemanes,
siendo el romanticismo un movimiento que vino a sustituir a la Ilustración,
como también a la revolución, una vez terminado el ciclo racionalista,
políticamente vencido en Waterloo, literariamente hundido por la obra de Chateaubriand
y por todo lo que el romanticismo alemán representa en cuanto oposición al
racionalismo, revolucionario o no. Basta volver a leer los fragmentos en prosa
de Novalis para darse cuenta hasta qué punto su mentalidad se encontraba
en la antípoda de Voltaire, Diderot, D´Alembert y los
promotores de la Ilustración. Tanto la literatura como el pensamiento
románticos se oponían sustancialmente a los cánones enciclopedistas. De verdad,
resulta incomprensible. Parece un artículo de encargo, obligado el autor a
elogiar a Freud, y lo hizo sin ganas, como deseando poner de relieve un
total desacierto desde el que el lector inteligente hubiera deducido
conclusiones contrarias a las del autor.
Quizás en esto esté la clave: cuando habla de la reforma, Thomas
Mann la define como "una recaída en la Edad Media" y como
"una helada casi mortal que se abatió sobre la tímida primavera espiritual
del Renacimiento". Sin embargo, unas líneas antes afirmaba rotundamente
que "la reforma de Lutero fue progreso y liberación". Sin embargo,
hay que saber matizar, y en esto consiste todo el artículo, ya que,
adhiriéndose a una afirmación de Nietzsche, Thomas Mann cree
oportuno sostener que es preciso enfocar "la reacción como progreso".
De ahí, sin duda, el sinfín de contradicciones de su artículo, dedicado a Freud,
pero analizando el romanticismo, sosteniendo la Ilustración como madre de
aquél, aliado del progreso, pero enfocándolo como reacción y proclamando los
derechos de la noche psicoanalítica en plena luz racionalista y revolucionaria,
parra no hablar, y en el fondo, ¿por qué no?, del cristianismo, que sería otra
clave: "En lo que respecta al cristianismo, sea cual sea la importancia
inestimable que haya podido llegar a tener para la humanización del ser
humano... y sea cual sea, por tanto, la potencia del progreso que haya
representado a partir del instante en que surgió: ¿quién no se da cuenta de que
el cristianismo, con su espantosa evocación y revivificación de lo religioso
primordial, con su prehistoricidad anímica, con sus banquetes de sangre y
alianza en que se comía la carne de una víctima divina, tuvo que parecerle a la
civilizada antigüedad un verdadero monstruo de reacción y de atavismo, que
hacía subir hasta la superficie, en el sentido literal de la palabra, y en
todos los sentidos, los estratos más bajos del mundo?"
Resulta difícil creer que estas líneas sean del autor de Doctor
Faustus. Si habla allí el novelista, parecen escritas en un momento de
chocheo intelectual precursor de la muerte; si son del periodista o del
ensayista, sus conocimientos de la Historia me parecen sumarios y cargados de
penosos prejuicios. Se me ocurre pensar que García Márquez es capaz de
meditar en la misma onda, baja y casi subnormal, cuando pasa de la literatura a
la política. Y, siguiendo dentro de un silogismo fiel a las dos caras de la
realidad contemporánea, es justo concluir que los escritores están hoy en la
obligación de rendir homenaje a la estupidez, a la desinformación, al culto de
la mentira, con el fin de que en sus libros por lo menos les sea permitido
acercarse a la verdad. Sus artículos alcanzan al gran público que vota y con su
voto contribuyen al hundimiento del ser humano, mientras que sus libros, al
contactar sólo con la elite intelectual, no pesan en la vida política. Thomas
Mann también. ¿Quién lo hubiera creído? Sin embargo, este absurdo artículo
sobre Freud (sobre el romanticismo, en el fondo, y tratando de hacer
daño a los cristianos) testimonia de [sic] la tragedia en la que el
escritor ha sido obligado a participar.
Además, Thomas Mann, en la época de los Buddenbrook
como en la de Muerte en Venecia, pertenecía a la derecha alemana más
conservadora, o reaccionaria, y se empleó a fondo para empujar a los suyos a la
guerra y para apoyarles durante los años 1914-1918. Cuando Alemania perdió, se
pasó del lado de los liberales progresistas y, de esta manera, le fueron mejor
las cosas que a los mismos alemanes. Habría, pues, que situar el artículo sobre
Freud en el material que Mann empleó con mucho empeño durante
mucho tiempo para hacer perdonar su época reaccionaria. ¿No sucedió lo mismo
con tantos escritores después de 1945? Hacer crítica literaria, como es mi
caso, en estas condiciones, me parece terriblemente poco apodíctico. Pero, si
la obra que uno enfoca se sitúa desde un principio en el polo de la miseria más
humillante, ¿qué más remedio? Si Thomas Mann se ve en la obligación de
subirse por las ramas para hablar de Freud, ¿por dónde ha de buscar su
camino quien de tal subida ha de dar cuenta? Grandeza y miseria del mester de
novelista, igualando la grandeza y miseria del crítico literario, su sombra en
la tierra.
Vintila Horia,
en El Alcázar, 8 de mayo de 1986
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