sábado, 1 de septiembre de 2007

Nuevo libro sobre san Francisco


Muchos han escrito hasta ahora sobre San Francisco de Asís. Creo que la última vida del Poverello haya sido el Hermano Francisco (1983) del novelista francés Julien Green. Hablando de la actualidad del santo, Green escribía: “Difícilmente podremos hacernos una idea del entusiasmo que Francisco desencadenó en un país espiritualmente debilitado, como era la Italia de aquellos años (finales del siglo XII, n.n.)... Una piedad formalista y ostentadora podía engañar al observador. Había también, y es allí donde encontramos un punto de semejanza con nuestra época, un vacío al que los placeres no lograban llenar, un hambre de otra cosa, una inquietud del corazón. La Iglesia no sabía ya hablar al alma porque ella misma se dejaba hundir en el mundo material.” Pero bastaría citar aquí los libros clásicos de Sebatier y Joergensen, o el ensayo de Chesterton, basados todos ellos en la primera biografía del santo de Asís escrita por Tomás de Celano, para constatar hasta qué punto Francisco logró penetrar en las almas, no sólo en las de sus contemporáneos, sino, por encima de las épocas, en la conciencia de todos los seres humanos deseosos de purificación, sobre todo en tiempos de escasez espiritual.

Recientemente apareció en Florencia un Cantico di frate Sole (Ed. Nardini, 1984) escrito por Adolfo Oxilia y dedicado a interpretar al fraile fundador a través de su obra poética, situándolo, claro está, en la vida de su tiempo y en medio de la problemática del siglo XII y del XIII. Francisco, como es sabido, fallece en 1226, a la edad de cuarenta y cuatro años. En el fondo, ¿qué es lo que pretendía el pequeño fraile de Asís? Reformar la sociedad a través de una reforma de la Iglesia, en un tiempo tambaleante, inseguro, contaminado por las herejías y la crisis interior. Los santos aparecen siempre en momentos así. Si no aparecen, por un motivo o por el otro, la sociedad se hunde para siempre, como pasó en Bizancio, o en la historia última de los mayas. Fue una honda crisis religiosa la que acabó con las dos. Y también Rusia, la llamada “santa Rusia”, se hundió en el infierno comunista porque carecía de santos, esto me parece hoy más que evidente. No bastó Dostoievski para salvarla, una crítica y una toma de conciencia. Lo que hizo San Francisco fue sacudir a los príncipes de la Iglesia, demasiado pegados a los placeres y al lujo y, por el otro lado, dar ejemplo de cómo tenía que ser un cristiano digno de este nombre. Francisco y los suyos lo que descubren es la belleza de ser pobre, en medio de un mundo cristiano, o seudocristiano, dominado, desde arriba, por la riqueza material. Por este motivo, creo, los santos son más poderosos y su acción más cargada de consecuencias que la de los teólogos. Cada uno con su tarea, es verdad, pero en tiempos de amenaza fundamental, como es el nuestro o como lo fue el de Francisco y de Clara, el ejemplo es más importante que el libro y hasta que el Concilio.

Fue, evidentemente, el mérito de Inocencio III el de haber comprendido y autorizado el movimiento nacido en Asís, tanto más que su actitud personal ante el fondo del problema, el cristianismo como religio y no como poder terrenal, era más bien política. Sin embargo, la descomposición era elocuente y la necesidad de una renovación clamaba al cielo. Sin esta clarividencia papal es posible que el cristianismo se hubiera quedado sin los franciscanos, sin la basílica, sin las pinturas fabulosas en ella acumuladas, sin la resonancia que el franciscanismo ha tenido y sigue teniendo en el mundo occidental, réplica permanente y ejemplo vivo de lo que es el cristiano por encima de los accidentes de la historia.

El Cántico del hermano Sol es el primer monumento escrito del idioma italiano y ha sido traducido al español por Federico Muelas, hace unos años, en una versión moderna de gran belleza. “Laudato sí, mi Signore, per sora nostra morte corporale”, reza uno de los versos más famosos de aquel himno de gracias que el Poverello eleva al Señor, versos únicos, quizá, en la lírica de todos los tiempos, porque empapados de la genialidad simple y directa del santo, que sabe alcanzar la poesía, como San Juan de la Cruz, sin pasar por ninguna tentación estética. El contacto con la belleza y con la verdad se realiza en el acto.
Juan Dacio (Vintila Horia), en El Alcázar (fecha desconocida)

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