domingo, 11 de agosto de 2013

La autobiografía del joven Nietzsche



Escribía Nietzsche en su quinta conferencia, dictada en Basilea en 1872, perteneciente al ciclo Sobre el porvenir de nuestros establecimientos de enseñanza: "Un hombre de cultura degenerado es cosa grave; y es para nosotros un golpe terrible el darse cuenta [de] cómo todos nuestros hombres públicos, sabios y periodistas llevan el signo de la degeneración." Parecen pensamientos de hoy. ¿Es posible que el proceso de la degeneración europea haya empezado hace más de cien años y que todavía no lo hayamos entendido ni tenido la fuerza de cercenarlo y hasta de aniquilarlo? En realidad todo esto empieza mucho antes, al final quizá de la Edad Media, cuando con la sustitución de la catedral gótica por el templo pagano algo fundamental se haya venido abajo dentro de nosotros. Pero volvamos a Nietzsche.

La autobiografía del pensador alemán cubre pocos años de su vida, la infancia y la adolescencia, de 1865 a 1869, cuando, a la edad de veinticinco años, Nietzsche ocupa la cátedra de filología de la Universidad de Basilea. Son sus años decisivos, marcados por la muerte prematura de su padre y de su hermano, hechos que dejarán profundas huellas, imborrables, además, en el alma del autor de la Gaia ciencia [sic]. Mucho se habla hoy de una "Nietzsche-Renaissance", y es posible que esta autobiografía, tan poco conocida hasta la fecha, tenga un papel importante en una necesaria revisión del mito Nietzsche. En efecto, esta relación con el padre lo llevó a expresar en su autobiografía sentimientos que lo acercaron cada vez más, en aquella época, "a la sabia voluntad de Dios". Hablaba incluso de "la mano providencial de Dios", lo que no le impidió, más tarde, escribir las páginas insensatas del Anticristo, considerando a Jesús, junto con Sócrates, como la causa de la decadencia occidental. Pero su infancia y su adolescencia se desarrollan bajo el signo del padre y de su reflejo sobrenatural, el Padre por antonomasia. Poco tiempo después, en 1870, y durante los años siguientes, Nietzsche vibrará al unísono con la filosofía de Schopenhauer, su nuevo ídolo. Se acercará al mundo oriental, al mito del eterno retorno, rechazará el cristianismo, dará las primeras señales de su locura y caerá en las tinieblas del mundo inconsciente. ¿Qué relación establecer entre aquel encuentro y su esquizofrenia? ¿Es posible pensar en un shock inicial provocado por la muerte del padre, en pleno proceso de formación, y la locura final? ¿Y añadir a aquella lejana herida la lectura del pesimista autor del Mundo como voluntad y representación?

Otra pregunta inquietante: ¿cómo es posible ser, al mismo tiempo, de derecha y nietzscheano? Creo que en España la respuesta resulta más fácil de formular [sic] que en otros países, porque el concepto de derecha, después de José Antonio y de Franco, se confunde con el de cristianismo, con un matiz político que completa al religioso, dentro del individuo como dentro del Estado. No es así en Italia, por ejemplo, donde muchos fascistas (Marinetti, por ejemplo, y otros) eran anticatólicos declarados. Hasta Julius Evola, quien trató de llevar el fascismo hacia un esoterismo político y hasta religioso, fue anticatólico a lo largo de todo su derrotero espiritual, influenciado por Nietzsche, pero sobre todo por las religiones orientales. Para no recordar aquí la trágica situación del nacionalismo alemán, directametnte influenciado por Nietzsche y Schopenhauer, y que actuó contra la Iglesia desde el primer momento, tratando, además, de resucitar los dioses del Walhalla germánico. Fue aquel encuentro el que produjo la huida precipitada de la libertad y el infierno europeo de 1945; ¿y cómo entender el cristianismo sino situado bajo vivir permanente de la libertad? Por este motivo todos los totalitarismos son anticristianos, de derecha como de izquierda. El Nietzsche joven pensaba también de esta manera, y resulta apasionante separar aquella época de su formación de la de su ejanenación que produjo en él la pérdida simultánea de la razón.

Juan Dacio (Vintila Horia) en El Alcázar, 1984

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