Es a través de este tipo de novelas como nos enteramos de
ciertos misterios relacionados con la política internacional y sus pobres
entresijos, de los que la prensa no se atreve nunca a hablar. Es evidente que
la trama inventada y bien tejida de El cuarto protocolo (Ed. Plaza y
Janés, Barcelona, 1984), sin embargo, como dicen los italianos: "se non é
vero é ben trovato" [sic con evidente anacoluto]. Es verdad que la
acción de la novela se desarrolla en 1986 y que todo es posible dentro de la
locura que se ha apoderado de los seres humanos y sobre todo de sus dirigentes,
pero resulta difícil aceptar la idea de que el secretario del Partido Comunista
ruso tenga un día la brillante idea de enviar a Inglaterra agentes secretos,
encargados de transportar piezas sueltas de una bomba atómica de pequeño tamaño
y de hacerla estallar pocos días antes de unas elecciones cuyo resultado,
después de la explosión (presentada como negligencia norteamericana), sería
favorable a los laboristas. Se trata, pues, de impedir a toda costa una nueva
victoria conservadora, [cosa] impensable sin la ayuda de un accidente de este
tipo achacado a los yanquis, aliados de la señora Thatcher. Desde esta
perspectiva, el libro aparece como un panfleto antilaborista o antisocialista,
bastante justificado en el marco del rencor que los ingleses inteligentes
guardan en sus almas como consecuencia de la liquidación imperial que significó
el primer Gobierno laborista después de la última guerra. Fue la igualdad,
principio soberano de la democracia, la que sumió a Inglaterra en el caos
económico, permitiendo a las masas dictar su voluntad a lo largo de varias
etapas electorales que dieron la victoria a quienes habían destrozado lo que
otros habían construido. Y la actual huelga de loa mineros puede ser
comprendida dentro del mismo fenómeno evidentemente dirigido desde fuera, con
todas las consecuencias que esto supondrá para la economía inglesa en general y
para el desprestigio de los conservadores en particular. Es posible que,
después de tantos años en el poder, el partido conservador, que trató de
reparar los daños causados por los laboristas, sea de nuevo alejado del
gobierno por quienes ejercen el derecho al voto como un capricho y un
privilegio individuales basados en la más absoluta ignorancia, causa de tantas
desgracias y de irreparables daños en la estructura de los pueblos, obras todas
ellas de minorías inteligentes que pudieron intervenir en el nombre de la
creatividad en épocas pretéritas o predemocráticas.
Quienes impiden la realización del proyecto alocado aprobado
por el secretario del partido en la URSS son la Policía británica por un lado y
la soviética por el otro, permitiendo esta la eficaz intervención de la otra
dentro de un entramado detectivesco sumamente logrado por el novelista, pero
penoso como conclusión para cualquier lector más o menos despierto. La pregunta
que nos planteamos, al terminar este libro apasionante, sería la siguiente: si
a esto hemos llegado, si es la Policía, más o menos secreta, la última Thule de
nuestra posibilidad de supervivencia, entonces ¿qué es lo que nos está
esperando? Nuestro destino estaría íntimamente vinculado al FBI, a Scotland
Yard y a la KGB. No hay otra salida. Sería como abandonar una dictadura para
caer en otra, pasar de Un mundo feliz a 1984. ¿Es esta la
perspectiva que nos deja entrever Frederick Forsyth? Sería
entristecedor.
En un mundo tan determinado por los servicios secretos, por
las mafias y por toda clase de organizaciones sin rostro, que existen desde
hace mucho tiempo, pero que nunca como hoy se han metido dentro de la marcha
misma de los acontecimientos, se me ocurre plantearme el problema de ¿quién
está detrás de esta novela? ¿Es un asunto que implica a los conservadores o a
la Policía secreta británica en un intento de descalificar a los socialistas
ingleses antes de las próximas elecciones? ¿O se trata de algo mucho más sutil,
algo relacionado con un entendimiento entre las policías políticas de todo el
mundo, quiero decir de todos los sistemas, unificadas no por las ideologías
sino por el sentido común? No me atrevo más que [a] sugerir un tema, sin
respuesta posible en este momento. O con respuesta literaria. ¿No sugirió Dostoievski
en Los endemoniados la futura forma y el futuro contenido anímico del
Estado soviético? ¿Por qué no ha de ser Forsyth el profeta de un Estado
futuro discretamente controlado por la Policía, más moderada en este sentido,
más realista y más aferrada al sentido común que unos políticos enloquecidos
por la voluntad de poder? Si es que detrás de las policías no estuviese
alguien, también. Recuerdo en este momento las palabras tan extrañas, tan
empapadas de cristianismo y de dolor ante el curso irreversible de la realidad,
que me dijo, antes de morir, el almirante Carrero Blanco: "Y detrás
de todo está el demonio." Frase que hubiera encantado a Dostoievski,
como a todos los escritores católicos del siglo XX.
Otro tema interesante y actual que plantea el novelista
inglés es el de la manipulación de las masas, en Inglaterra como en todo el
mundo, por la misma central desinformadora y que alcanza hoy su punto más
terrible organizando manifestaciones pacifistas cargadas del humo de Satanás,
con la ayuda de las masas cretinizadas por los mass media y con la de
clérigos e intelectuales de la más baja especie. "Los movimientos
pacifistas –en su mayor parte de izquierda y unidos al menos por una vez–
montaban lo que era, en efecto, una campaña paralela propia. (Paralela a la de
los laboristas, n.n.) Casi diariamente se realizaban grandes manifestaciones,
recompensadas con la atención igualmente reiterada de la prensa y la
televisión. Los movimientos, aunque no contaban aparentemente con importantes
organizaciones para recaudar fondos, parecían capaces de alquilar, mediante sus
recursos combinados, cientos de autocares a buenos precios para transportar a
sus manifestantes a todas las partes del país."
Y más adelante: "Las lumbreras de la izquierda dura del
Partido Laborista, agnósticos o ateos en su totalidad, compartían todas las
tribunas públicas o de televisión con clérigos del ala progresista de la
iglesia anglicana, y los miembros de ambos grupos empleaban el tiempo que se
les concedía asintiendo gravemente a las opiniones manifestadas por los
otros." Es la historia misma de casi todo lo que está ocurriendo. Clérigos
politizados, manipulando mujeres, adolescentes y obreros, forman el material
del que necesitan los extremistas de la izquierda para desestabilizar el
régimen capitalista. Esto no me parecería mal si la solución que estos
extremistas proponen no fuese la peor de todas, incluyendo todas las soluciones
políticas de los pasados más desastrosos de la humanidad.
Me planteo, pues, otra pregunta: ¿qué relación podemos
establecer entre este tipo de libros y la literatura? Y, si esto no es
literatura, ¿cuál es el futuro destino de la novela en una sociedad interesada,
cada vez más, solo por este tipo de lectura? Y también: ¿Cuál es la
responsabilidad de los editores ante la posible desaparición de la literatura
como técnica del conocimiento? Porque, si leer implica solo pasar el rato, con
la dosis de taquicardia que nos regala al final El cuarto protocolo,
entonces pronto nos veremos privados de una posibilidad fundamental de conocer.
De la misma manera, una técnica enfocada como sustituyente [sic] de la
ciencia, en sus aspectos más espectaculares pero más destructores del
conocimiento también, nos sugiere el futurible de una humanidad conquistada pro
los aspectos más deletéreos de la ciencia y sus realizaciones más próximas al
bienestar burgués, pero privada de un importante instrumento investigador. Si
nos dejamos convencer por el hecho de que la ciencia no sirve para nada, y
tampoco la matemática o la física pura, puesto que es la técnica la que, en el
fondo, representa el progreso más palpable y pragmático, entonces, igual que en
La máquina para explorar el tiempo de H. G. Wells, llegará el
momento en que, al dejar de comprender los instrumentos que nos hacen volar o
calcular, dejaremos también de saber utilizarlos y, menos todavía, de
fabricarlos y entonces lo que nos espera es el regreso al estado salvaje. Lo
que nos aguarda detrás de la esquina llamada ignorancia, incluida en nuestro
divorcio del conocimiento. La ciencia como la literatura, o el arte y la
filosofía, son lo que nos permite avanzar y no la técnica o las diversiones
literarias o ideológicas, subproductos de las técnicas del conocimiento.
Vintila Horia, en El Alcázar (fecha desconocida)
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