viernes, 4 de mayo de 2007

El destino de D. H. Lawrence


Un crítico norteamericano afirmaba hace unos años que: “Los grandes autores del siglo XX están considerados como reaccionarios desde el punto de vista político, y hay que reconocer que es así”. Muchos de ellos, continúa, se autoconsideran como fascistas o, por lo menos, como simpatizantes de las ideas conservadoras. Y cita a: Pound, Eliot, Yeats, Faulkner, Evelyn Waugh, Heidegger, Gottfried Benn, Thomas Mann, Céline, Giraudoux, Claudel, St. John Perse, Borges, Gombrowicz, alargando la lista con nombres de escritores que se habían pasado, de una posición más o menos izquierdista manifestada claramente en las obras y actuaciones de su juventud, a una posición muy reaccionaria en la segunda fase de su vida: John dos Passos, Eugenio Ionesco, Esenin, Mayakovsky, Samuel Beckett, Malraux, Camus y muchísimos más. ¿Y qué decir entonces del anticomunismo y antifreudismo expresado tantas veces por Kafka? Pero, si la derecha es todo esto, de la izquierda literaria no queda casi nada en pie. Se trata, sin embargo, de seleccionar al los auténticos escritores representando una derecha espiritualista, más cercana al cristianismo que a los caprichos personales de una actitud o de otra. ¿Hasta qué punto es de derechas Aldous Huxley? Lo es, sin duda alguna, Eliot. ¿Y quién ha sido más auténticamente de derechas en el marco de las letras hispánicas: Unamuno u Ortega? El militarismo de los dos los haría pertenecer al mismo grupo de ideas, pero creo que cada uno de ellos representa con brillo y genialidad a una derecha cristiana y a una derecha laica, respectivamente, que sólo se dan la mano en épocas de crisis y de miedo colectivo y se separan después. Con el mismo metro podríamos medir el derechismo o el reaccionarismo de Berdiaev y el de Keyserling.

¿Dónde situar exactamente a Lawrence? Su vida fue un continuo vagabundeo a través de los cinco continentes. Nació en 1885, en Inglaterra, donde, desde el pasado 11 de septiembre, su Eastwood natal no cesa de festejar el acontecimiento, y falleció en Vence, cerca de Niza, en 1930, agotado por una enfermedad que había contraído muy joven. Había sido la lectura de Schopenhauer y de Nietzsche un auténtico baño de pesimismo y de aprendizaje de lo heroico, que lo acercó más tarde tanto a ciertas posiciones no muy lejanas del nazismo, pero lo que caracteriza a Lawrence es más bien, por encima de lo político, un odio permanente que sabe dedicar con talento y perseverancia a la técnica, a la civilización industrial y a la pérdida por parte del hombre de ciertos valores tradicionales que garantizaban su libertad y su felicidad. Es así como Lady Chaterley se enamora de su guardabosques y traiciona a su marido, porque pretende renunciar a una vida falsa, al falso matrimonio, con el fin de rehacer la imagen del matrimonio natural, por así decirlo, en el marco de un amor que no es sólo sexo. El papel del sexo es sumamente importante en Lawrence, pero no hay que confundirlo con la pornografía gratuita de los mediocres de hoy, el sexo es amor, hace posible la recuperación de una antigua dignidad en el conocimiento, es una técnica de acercamiento a lo metafísico. La competición económica, de la que la civilización industrial ha hecho un fin en sí mismo, representa una limitación del ser, un alejamiento, pues, de lo que somos en realidad. Lo que domina a nuestra época son los falsos sentimientos en el marco de un sentimentalismo vinculado a los espectáculos, al cine, a la radio, más tarde a la televisión. Los seres humanos practican un sentimentalismo transferido, imitado, inauténtico, se vuelven cada vez más ajenos al sentimiento. Amar realmente, a través del sexo, o empezando por él, nos vuelve a insertar en lo global, nos separa de las parcialidades de la sociedad industrial. Toda la vida de Lawrence se ha desarrollado alrededor de esta búsqueda, que fue una lucha, llevada a cabo, de una manera o de otra, por todos los reaccionarios del siglo, verdaderos libertadores del ser humano, opuestos el esclavismo, de un matiz o de otro, de los mal llamados revolucionarios, adheridos a la falsa revolución, destructora de libertades y de autenticidades.

Creo que una posibilidad correcta de enfocar la doctrina de Lawrence es la de estudiarlo bajo la luz del expresionismo alemán. Fue, en efecto, aquel movimiento, que surge hacia el año 1906, en Munich y en Dresde, quien dio al arista y al escritor la consciencia del peligro relacionado con la ciudad, la industria, la separación entre el hombre y la naturaleza. Resulta fácil encontrar posiciones muy parecidas, si comparamos a Lawrence con los cánones expresionistas. Tanto Rilke como Kafka y Thomas Mann cruzan el expresionismo y se dejan influenciar por sus apetitos y sus fobias. Pero es esta tendencia y esta búsqueda de lo auténtico lo que más los aproxima. También la lectura de Freud influyó en Lawrence hasta tal punto que fue definido y enfocado a través de ella. Hasta en Joyce y en Thomas Mann encontramos huellas freudianas, pero resulta hoy evidente que el amor, tal como Lawrence lo concibe, es algo más que libido sensualista,. El amor como fundamento y como técnica de conocimiento nos sugiere más bien dependencias surrealistas y, a través de ellas, volvemos a Dante y a la Edad Media, más bien que a Freud. Fue Lawrence un escritor demasiado inteligente y complejo como para encasillarlo dentro de los lugares comunes de nuestro siglo. Su mismo espíritu reaccionario lo libera de cualquier inferioridad izquierdizante.

Juan Dacio (Vintila Horia), en El Alcázar, 1985


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