martes, 19 de julio de 2016

Un napolitano llamado Cervantes


El cotidiano romano Il secolo d´Italia publicaba el 9 de junio pasado un artículo firmado por Agostino Lotti bajo el título de "Un napoletano di nome Cervantes". Es verdad, como dice el autor, que muchos escritores, de Virgilio a esta parte, han amado la ciudad del Vesubio, Goethe, Lamartine, Bulwer Lytton, Stendhal, Máximo Gorki, Thomas Mann (la lista casi no tiene fin) y que algo flota en el aire empapado de misterios subterráneos de aquella ciudad, algo que embriaga los sentidos y excita la imaginación. Misterios paganos (la ciudad ha sido fundada por los griegos, de donde Nápoles, que es Nea-polis o la ciudad nueva) y misterios cristianos han añadido a sus muros y a su psique encantos a granel. Virgilio falleció cerca del volcán y fue enterrado en sus alrededores y Cervantes amó a varias mujeres en este sitio lleno de música interior, durante su estancia, o sea, entre 1569 y 1565, cuando, después de Lepanto, regresa a Madrid. O, por lo menos, lo intenta, ya que es capturado por un bajel turco, cerca de Marsella, antes de tocar tierra española. Lo hará cinco años más tarde, cuando fue liberado no "por su gobierno", como afirma Agostino Lotti, sino por los padres trinitarios, los cuales pagaron quinientos ducados por el rescate del héroe de Lepanto.

Los seis años italianos de Cervantes y sobre todo su permanencia en Nápoles contribuyen a su formación, esto es más que evidente. Todo lo que sucede en la vida de un genio no es sino material acumulado con el fin de que la obra maestra se produzca un día. Fue en Nápoles donde Cervantes aprendió italiano y leyó la literatura del Renacimiento, me imagino que empezando por Dante y Boccaccio. Y fue seguramente allí donde pudo medir la enorme diferencia que había entre la fórmula política que regía la península italiana y la que regía la península ibérica. España, en tiempos de Felipe II, se parece al Escorial, mientras aquella Italia desmenuzada y dividida en decenas de Estados tiene cara de escenario para una "Commedia dell´arte" que no dejaba de cambiar de temas, de decorados y de actores; el imperio universal, que acababa de encontrar en Lepanto una confirmación y un fortalecimiento de sus ideales, y el elogio profano de la vida cotidiana al que ni siquiera Roma lograba unificar o dominar. Era un estilo, el español con su idea tan firme y característica que había encontrado en el imperio y en santa Teresa su manera más genuina de expresarse en los anales, por un lado, y por el otro, la diversidad casi enciclopédica del genio italiano que se expresaba perfectamente a través de todas las artes, menos en la política. España lo concentraba todo en un único esfuerzo hacia la liberación universal de todos los seres humanos, conquistando para bautizar, mientras Italia vivía la vida tal como surgía de las entrañas de la tierra y del alma. Lo eterno contra lo cotidiano.

Es quizá desde esta comparación más posible entonces que hoy, desde donde Cervantes sacó a relucir el doble símbolo de su obra maestra, el Quijote como ecumenismo espiritual, y Sancho como cotidianeidad, tan importante el uno como el otro, aspectos fundamentales del ser humano, antagónicos y complementarios. Dicen que es El licenciado Vidriera la única prosa cervantina directamente relacionada con la estancia de su autor en Italia. Yo creo que el Quijote también, pero de manera mucho más sutil y menos explícita. Bastaría pensar en Rilke otra vez para mejor comprender dicha complementariedad. El poeta austriaco llamaba a Italia "escaparate de la primavera", que era como pensar en Botticelli, en las trampas del amor profano, en la alegría de vivir, en Lorenzo de Médicis, en las fuentes de Tivoli, en los incomparables desnudos pintados por los grandes pintores del Renacimiento. Pero Rilke vino a Toledo y comprendió el misterio del Greco, que es exactamente lo contrario de un escaparate. Es "El entierro del conde Orgaz" opuesto a la "Venus" del Tiziano. Las dos maravillas no hacen sino completarse, la una con la otra, en un doble afán contemporáneo de llegar a una explicación, no solo de una época y de una geografía, sino de un tiempo dramáticamente concentrado en un espléndido esfuerzo de autoconocimiento. Nápoles en Cervantes tiene este dejo de sabiduría añadido a la sabiduría genética del escritor alcalaíno.

Juan Dacio (Vintila Horia) en El Alcázar (1984)


domingo, 3 de julio de 2016

Sobre la vieja y la nueva democracia


Los tres libros que he leído este fin de semana me llegan de tres puntos diferentes del espacio occidental, pero se centran en el tema de la democracia, al que yo, como discípulo de Platón, considero como atropellante, deformador de conciencias y desacriollador, como diría un argentino, con razón pura y con razón práctica, sobre todo después de la tragedia de las Malvinas. Creo que todo pueblo tiene derecho, como pensaba Montesquieu, a elegir su propia forma de gobierno, y que la mayor parte de los pueblos del mundo y también de Europa, obligados a la democracia, no están para esos trotes. Que dichos trotes, al contrario, los están llevando hacia el abismo y que, siguiendo este trazado fatal, dentro de poco los abismos serán más abundantes que las cumbres.

Me he dejado convencer, en primer término, por el ensayo de Eduardo Adsuara, La democracia mixta (Madrid, 1984), luego por un precioso librito llegado desde la Argentina, Hablando de democracia, por Alberto Falcionelli (Buenos Aires, 1983), y, en tercer lugar, por el sorprendente comentario que el profesor italiano Giuseppe Loi Puddu dedica a José Antonio bajo el título de Contributo per un´antologia del pensiero politico di José Antonio Primo de Rivera (Universidad de Cagliari, impreso en Milán, 1983). Estudios reposados, escritos sine ira et studio, centrados los primeros dos en el malstroem de la tempestad actual, la democracia como apertura hacia el desastre marxista y las posibles soluciones para evitar el peligro y, el tercero, en lo mejor del pensamiento político de José Antonio, intentando el autor ilustrar sus afirmaciones con fragmentos antológicos de los escritos del fundador.

Ceo que lo más novedoso en el libro de Adsuara es su manera de catalogar las grandes aportaciones de los pueblos en dos líneas de pensamiento, comportamiento y creación: una línea del patos y otra del logos, produciendo tiempos-alma y tiempos-espíritu (el distingo me parece importante desde un punto de vista esotérico también, siendo el alma algo que muere con el cuerpo y el espíritu algo que pertenece desde siempre a la eternidad); tendríamos, pues, culturas dominadas por el patos, o lo sentimental, y culturas o ciclos abundando en el desarrollo de lo racional. Épocas y pueblos románticos, y épocas clásicas, hubiera dicho Eugenio d´Ors, en el marco de las mismas preocupaciones clasificadoras. Los judíos, afirma Adsuara, serían un "pueblo-alma", mientras los griegos serían el "pueblo-espíritu" por antonomasia. De la misma manera, los páticos son individualistas y auditivos, algo más primitivos hubiera dicho McLuhan, o sea, formando parte de la Galaxia Marconi, mientras los lógicos serían más visuales, más racionales y más obedientes a los principios de la Galaxia Gutenberg. Canto o lectura, celtas o romanos, por ejemplo; o bien, góticos y barrocos, por un lado, renacentistas, humanistas y realistas por el otro.

Limitando el problema a lo político y siguiendo en la línea del pensamiento de Adsuara, habría "tiempos oscuros" correspondiendo al predominio de los páticos, y "tiempos claros" correspondiendo al predominio de lo racional o lógico. Pero "oscuro" aquí no quiere decir tenebroso en el sentido de la leyenda negra española o medieval, inventada por los humanistas, sino tiempos dominados por una de las dos coordenadas de la psique colectiva. El hombre pático elaborará sistemas individualistas, mientras el hombre lógico pensará sistemas rimando con lo social, siendo este último más armónico que el primero, o sea, menos anárquico y más equilibrado desde el punto de vista de la integración del individuo en el sistema de leyes, es decir, de obediencias de una sociedad. Yo diría que el hombre pático brega más bien por los derechos humanos, mientras el racional enfoca a estos desde un umbral preliminar y sine qua non, que sería el de sus propias obligaciones.

Nuestro tiempo, que es pático, por seguir en el tiempo al clásico o lógico que ocupó la segunda mitad del siglo pasado, está por terminar, y "en el horizonte aparecen las luces de un nuevo tiempo: un tiempo de síntesis, de mixtura, de mestizaje, de plenitud humana y personal. Un tiempo de mistos. Estaríamos, poro consiguiente, abandonando tanto la "linea judía" como la "línea griega", puesto que nos encontraríamos ya preparados para saltar a una etapa de síntesis, dentro de la cual el mundo hispánico, esencialmente mestizo y sintético, se encontraría en su mejor momento como único futurible capaz de resolver los problemas de una actualidad desquiciada por sus propios fracasos, característicos, diría, de una humanidad parcelada por sus aislamientos en el espacio, una humanidad regional de cuyas limitaciones nos han sacado quizá la técnica y los filósofos de la historia. Al tener hoy la conciencia de lo universal y siendo este algo diferente de todas las fases consumidas de la historia, el hombre tendría que fabricar su propio modelo social, y político, por supuesto, proclamando antes que toda [sic] su inmensa posibilidad de mestizaje, pero en un sentido que solo una comunidad de pueblos ha sabido practicar en el pasado, la hispánica. Esto me parece fundamental para cualquier nuevo comienzo y, en este sentido, la aportación de Eduardo Adsuara no deja de marcar sólo una crítica, sino de esbozar una solución.

Es así como, según nuestro autor, se acabaría también la terrible polémica entre las dos Españas, la pática, o individualista y anárquica, y la racional, o social y clásica, buscando la síntesis dentro del mismo plan vital de la España imperial, por ejemplo, la primera sociedad universal capaz de haber pensado en la libertad desde un punto de vista fundacional, valedera para todos los pueblos del orbe. (Véase en este sentido mi libro Los derechos humanos y la novela del siglo XX, Madrid, 1982) Lo malo dentro de la democracia española es, precisamente, su adhesión apasionada y contraproducente a un "tiempo pático", sentimental y anarquizante, cuyos problemas, como es lógico, nadie puede resolver. Pasar de una democracia unilateral, pendulando siempre hacia un mismo polo, demostrando como abismal [sic] a una democracia mixta o mestiza, tal como España la formuló en el pasado, pero pensando en un porvenir hoy valedero para todos los seres humanos, sería la única manera de acabar con el desastre actual, que se debe, como es fácil observarlo en el marco de la clara disquisición de Adsuara, a una mala adhesión, a un empeño destructor, falsificador del pasado como del futuro.

El ensayo de Alberto Falcionelli, en cambio, está lleno de consideraciones que aniquilan todos los planes y perspectivas democráticas actuales, tanto desde el punto de vista de la experiencia argentina como desde la francesa. Esta cita de François Brigneau me parece ilustrativa: "Tengo la convicción de que los resultados de la experiencia actual (la socialista en Francia, n.n.) serán desastrosos. Van a costar el precio de una guerra. (Como en España, n.n.) De una guerra perdida. Las clases medias saldrán laminadas de la prueba. El país empleará largos años para recuperarse del paso de las langostas socialistas. No es imposible que los demagogos actualmente en el poder lo paguen caro... Pero el pueblo, el pueblo soberano, el pueblo que los ha elegido, el pueblo que habrá permitido esta lamentable aventura, este largo desfile de desgracias y de miserias que vemos apareciendo en las nieblas de la noche francesa, este pueblo responsable, ¿quién lo va a castigar?" Tremenda pregunta, clave quizá de la Historia y de sus permanentes tragedias. Es fácil linternar [sic], como se decía en el siglo XVIII, a un soberano o a un primer ministro, pero, ¿cómo castigar a todo un pueblo? Pues, en casos parecidos al que vivimos aquí y en otros sitios de Europa y del mundo, es el pueblo mismo, el cual, al no saber elegir, se autocastiga. No hay pecado impune.

Desde la primera página de su presentación, el profesor Loi Puddu pone de relieve el carácter antiliberal de José Antonio, en su lucha contra los partidos considerados como destructores de la nación y el matiz original de su doctrina, no sometida a influencias políticas contemporáneas y, sobre todo, como lo afirmó también Adolfo Muñoz Alonso en su libro inolvidable, sin relación con el fascismo. Libro útil porque trata de presentar a los estudiantes italianos de Ciencias Políticas el pensamiento de uno de los líderes más originales de su época y que realmente encarna hoy lo que podríamos llamar los conceptos de una derecha ideal. Me parece importante para un conocimiento correcto de José Antonio, pero también para la instauración de lo que Adsuara llama "una democracia personal", saber hasta qué punto el fundador de la Falange separaba capitalismo y propiedad privada, con el fin de eliminar las intromisiones liberales o democráticas de cualquier interpretación de la propiedad como característica no de un partido y tampoco de una ideología, cuando se trata, sencillamente, de una institución del Derecho natural. "Capitalismo y propiedad privada, escribe Giuseppe Loi Puddu, son dos cosas bien distintas y, hasta cierto punto, contrapuestas. Uno de los efectos del capitalismo fue el de eliminar casi completamente la propiedad privada en sus formas tradicionales." En definitiva, como lo pensaba Chateaubriand al final de sus Memorias de ultratumba, la propiedad privada vive sólo en compañía de libertad y cuando esta es liquidada, como en los países comunistas, aquella desaparece también.

Muy bella es la página que Loi Puddu dedica al recuerdo de Unamuno, citando la presencia de este en Salamanca, junto a José Antonio, presidiendo un acto falangista en el teatro Bretón. El viejo maestro dijo entonces a José Antonio: "... Me parece que puedo considerarme uno de vuestros precursores". Palabras fundacionales, creo, ya que, entre los profetas del próximo futuro, Unamuno y José Antonio podrán ser reunidos en la misma esperanza. También me parece de peso la importancia que el profesor italiano otorga, en la parte antológica de su libro, al planteamiento antiseparatista de José Antonio, que consideraba a España como "una unidad de destino".

En el fondo, y por encima de los libros, podemos llegar a la conclusión de que la democracia, a pesar de las apariencias, es el mejor sistema y que solo los demócratas han logrado desprestigiarla. Se ha llegado, evidentemente, a una inversión del significado mismo del concepto, el cual tendría que apuntar hacia el poder a través del pueblo, o del pueblo en el poder, y ha llegado a ser el poder sobre el pueblo, o la esclavización del pueblo por el poder. Y, si todo está en crisis, ¿por qué no la democracia también? Y si la democracia siempre estuvo en crisis, como hubiera dicho Platón desde la perspectiva del siglo XX, ¿por qué no buscar otra forma de gobierno? Es lo que, creo, todo el mundo se está preguntando a la hora de pagar platos rotos milenarios.

Vintila Horia, en El Alcázar, 28 de junio de 1984

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