martes, 27 de junio de 2017

Knut Hamsun y sus contemporáneos

¿Quién no habrá leído, por lo menos en su juventud, una novela de Knut Hamsun? Entre las dos guerras, el autor noruego gozó de mucha fama en todo el mundo, fue premio Nobel y entusiasmó con su pasión por la naturaleza por lo menos a dos generaciones de lectores que buscaban en sus escritos, todos ellos autobiográficos, el hilo perdido de un contacto que la civilización y la técnica habían cortado casi de cuajo. Se habló mucho en aquella época del posromanticismo de Hamsun, pero creo, a la luz de su obra completa, que el autor de Hambre pudo formar parte de un cauce expresionista que, entre otros ideales, practicó el del retorno a los misterios entrañables y auténticos de las estaciones y del contacto que el ser humano podía aún mantener con la madre naturaleza, envuelto todo en un panteísmo típicamente siglo XIX y un deseo de volver a vivir lo religioso sin intermediarios. Una religión más bien primitiva, ni católica ni protestante y cuya fuente mayor fue, sin duda alguna, el afán de las vanguardias de principio de siglo de librarse de las capas de conocimiento que la civilización bimilenaria de Europa nos había acumulado encima, tal como Husserl y la fenomenología lo predicaban en la misma época. Hamsun fue el fruto real de todas aquellas corrientes literarias, filosóficas y artísticas que trataron desesperadamente de otorgar al ser humano la consciencia de la paz y de la justicia por encima de ideologías, conflictos y dogmas de todo tipo y, también, de insertarlo en una Europa que no fuese de los políticos, de los banqueros y de los ismos. Pero no lo lograron. Fueron arrinconados por la guerra del 14-18, por el estallido de la revolución en 1917, por el desarrollo victorioso de los nacionalismos y por un aburguesamiento que iba a convertir a nuestro continente en una víctima del capitalismo, por un lado, y en un mártir del comunismo, por el otro. Es posible que de este doble envilecimiento brote un día la semilla de la salvación que todo martirio lleva en sus entrañas.

Knut Hamsun nació en Lom, Noruega, el 4 de agosto de 1859, y falleció en su tierra, en 1952, a la edad de noventa y tres años. Con estas palabras concluye su libro autobiográfico, Por los senderos cubiertos de hierba: “Día de san Juan de 1948. Hoy la Corte Suprema ha pronunciado su sentencia y yo pongo fin a mi escribir”. De esta manera, como única posibilidad de protesta, el gran escritor noruego acababa voluntariamente su carrera, que tanta fama y tanto dinero había dado a su patria. ¿Por qué fue condenado Hamsun a la cárcel y luego a una existencia equívoca en un manicomio, y a la confiscación de casi todos sus bienes? Por “inteligencia con el enemigo”. El escritor, en efecto, durante la última contienda, había colaborado con los alemanes, que habían ocupado Noruega en 1939 y solo la habían abandonado en 1945. Fue lo que se llamó un “colaboracionista”, como colaboracionistas son hoy, siguiendo el mismo razonamiento jurídico y político, los que colaboran con el enemigo ocupante de los países europeos del Este. Con la única diferencia de que aquella ocupación duró menos de cinco años y esta dura ya más de cuarenta y no tiene ganas de acabarse. En cuanto a la gravedad y poder destructor de la una como de la otra, sería el momento de realizar una encuesta entre los supervivientes de la primera y los vivientes de la segunda, con el fin de aclarar las cosas.

Y también sería sumamente interesante realizar una encuesta a escala mundial para descifrar el misterio de la actitud que tomaron los intelectuales con respecto de las crisis, ideologías, ocupaciones de territorios, terrorismos, humillaciones y desprecio de lo humano a lo largo de este siglo desgraciado. ¿Por qué, en su mayor parte, las mentes más claras, las conciencias más profundas, los talentos y los genios han colaborado con el mal bajo sus formas más insospechadas, desde el estalinismo hasta el nacionalsocialismo y, hoy mismo, desde el régimen destructor de libertades e iglesias que reina en Rumanía, hasta la hambruna organizada en Cuba por Fidel Castro? Hubo mártires, sí, pero la lista de los “colaboracionistas” es mucho más larga.

Hay, pues, una doble posibilidad de enfocar a los escritores de nuestro siglo: una, puramente literaria; política, la otra. Es posible que entre las dos haya un territorio común, una tierra de nadie y de todos, que constituiría como una patria espiritual, albergando, en tiempos de crisis, la vasta problemática del escritor sometido a la embestida de los bárbaros. Desde el punto de vista político la diferenciación ha sido impresionante desde que el capitán Dreyfuss, a finales del siglo XIX, hundió en el extremismo a los intelectuales franceses. Derecha e izquierda, enfrentadas con violenta dureza, forman desde entonces como dos partidos y no hay manera de volver a la objetividad. Hoy, con más razón que nunca, a medida en que la falsificación de la mente se ha transformado en proceso universal de conversión a la animalidad. Habrá defensores y atacantes, escritores deseosos de poner de relieve lo que realmente sucede en el mundo y otros dispuestos a cobijar sus cobardías detrás de los premios literarios y su seudoindependencia espiritual. Habrá héroes y fugitivos, ángeles y traidores, siendo las dos condiciones más elocuentes y formadoras que nunca. Los ángeles serán, como es lógico, los perseguidos, mientras los traidores gozarán de todos los privilegios de lo visible. Hamsun, Brasillach, Ezra Pound, Ernst Jünger, Heidegger, innumerables rumanos y polacos, rusos y checos pagaron caro su afán de anticonformismo.

Pero existe también una posibilidad literaria de entender esta diferenciación. Knut Hamsun fue un autodidacta. Padeció el hambre en su juventud y dio cuenta de ello en su novela más famosa. Con el dinero del Nobel se compró una finca y se dedicó a la agricultura y a sus libros. Estudió en su propia biblioteca, igual que otros prosistas característicos de la problemática de nuestro tiempo, autodidactas también. Me refiero a Máximo Gorki y a Panait Istrati. Entre los tres hay como una grave posibilidad de unión. Fueron pobre, vagabundearon por el mundo, creyeron en el comunismo, para apartarse de él en le segunda fase de su vida. Era explicable que un pobre del siglo XX creyera en el marxismo. La pobreza implicaba no solo una injusticia, sino una posibilidad de desigualdad. Gorki se marchó de la URSS, fue más tarde engañado por Stalin, que lo convenció a [sic] regresar, con el fin de envenenarle y acabar con su resistencia. Hamsun e Istrati, con el dinero de sus primeros éxitos, se fueron a visitar el país de sus sueños y, al volver a Occidente, expresaron su furia y su desengaño. Hamsun se hizo nacionalsocialista e Istrati colaboró en el semanario de un grupúsculo de extrema derecha en la Rumanía del año 1935. El desengaño les obligó a tomar actitud en contra de la causa que lo había producido. La situación literaria de los tres es hoy significativa. Asistimos a un renacimiento de Panait Istrati. Nuevas traducciones, obras completas, silencio total en su país de origen, cuya ideología ataca con pasión y fanatismo en Hacia la otra llama, el terrible panfleto que escribió de regreso de la URSS y que lo hace indeseable en la Rumanía de hoy. Hamsun es otra vez famoso y sus novelas encuentran hasta la admiración de los ecologistas por su amor a la tierra y a la naturaleza. Mientras Gorki goza de la falsa admiración de sus compañeros de viaje y su obra se edita como si fuese la de un fiel comunista, La madre, por ejemplo, pero su realismo socialista ha destrozado en ella toda razón de ser literaria y humana. Sus descripciones de la miseria y de los vagabundos, su maniqueísmo que le obliga en su juventud a dividir el mundo entre buenos comunistas y malos burgueses, lo hace hoy insoportable y fuera de moda y aguante.


Con Hamsun sucede –y sucederá cada vez más– lo que sucedió con Hermann Hesse, a un nivel menos alto y menos profundo, pero el retorno a la actualidad de los dos se debe en gran parte a su defensa de una espiritualidad vinculada a uno de los terrores de nuestra época y, sobre todo, de los últimos diez años. La industria, igual que las ideologías, nos están haciendo la vida imposible. Tren de vida, como se dice, pero tren hacia la muerte. El Rhin, como fluida realidad paradigmática. Ante la corrupción de la atmósfera, de los bosques, de los ríos y de las mentes, vuelven a la superficie los ideales que formaban el credo de los expresionistas, a principios de siglo: la urbe monstruosa como enemiga máxima, la técnica como asesina de la tierra, lo espiritual y lo natural como posibilidades de salvación. La literatura de Knut Hamsun coincide en el tiempo con los ideales expresionistas, bajo su forma menos sutil, diría, a la que se habían adherido Thomas Mann, Kafka, Rilke, Hesse y otros, pero el retorno a la naturaleza y a sus dioses prístinos, a una religión que algo se parece al panteísmo romántico, tiene mucho que ver con el retorno de Hamsun, En sus novelas más leídas antaño, Hijos de su tiempo, Pan, Brotes de la tierra, los duros inviernos noruegos, la explosión de la primavera y de las pasiones, el contacto con las fuerzas invisibles, el paisaje como matriz espiritual, explican la razón de ser de este retorno.

Además –y en ello Hamsun se parece a Kafka, a Rilke, a los cubistas franceses– estuvo en los Estados Unidos en su juventud y escribió un libro, La vida espiritual de la América moderna, en el que atacaba, ya a finales del siglo pasado, la degeneración cultural como fruto de la civilización industrial y el peligro que representa el dinero, peligro al que Pound llamaba “usura”. Muchas razones para una esperada vuelta a la actualidad.

Vintila Horia, en El Alcázar (fecha desconocida)

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