viernes, 3 de marzo de 2017

Claves de la política-ficción


Es a través de este tipo de novelas como nos enteramos de ciertos misterios relacionados con la política internacional y sus pobres entresijos, de los que la prensa no se atreve nunca a hablar. Es evidente que la trama inventada y bien tejida de El cuarto protocolo (Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1984), sin embargo, como dicen los italianos: "se non é vero é ben trovato" [sic con evidente anacoluto]. Es verdad que la acción de la novela se desarrolla en 1986 y que todo es posible dentro de la locura que se ha apoderado de los seres humanos y sobre todo de sus dirigentes, pero resulta difícil aceptar la idea de que el secretario del Partido Comunista ruso tenga un día la brillante idea de enviar a Inglaterra agentes secretos, encargados de transportar piezas sueltas de una bomba atómica de pequeño tamaño y de hacerla estallar pocos días antes de unas elecciones cuyo resultado, después de la explosión (presentada como negligencia norteamericana), sería favorable a los laboristas. Se trata, pues, de impedir a toda costa una nueva victoria conservadora, [cosa] impensable sin la ayuda de un accidente de este tipo achacado a los yanquis, aliados de la señora Thatcher. Desde esta perspectiva, el libro aparece como un panfleto antilaborista o antisocialista, bastante justificado en el marco del rencor que los ingleses inteligentes guardan en sus almas como consecuencia de la liquidación imperial que significó el primer Gobierno laborista después de la última guerra. Fue la igualdad, principio soberano de la democracia, la que sumió a Inglaterra en el caos económico, permitiendo a las masas dictar su voluntad a lo largo de varias etapas electorales que dieron la victoria a quienes habían destrozado lo que otros habían construido. Y la actual huelga de loa mineros puede ser comprendida dentro del mismo fenómeno evidentemente dirigido desde fuera, con todas las consecuencias que esto supondrá para la economía inglesa en general y para el desprestigio de los conservadores en particular. Es posible que, después de tantos años en el poder, el partido conservador, que trató de reparar los daños causados por los laboristas, sea de nuevo alejado del gobierno por quienes ejercen el derecho al voto como un capricho y un privilegio individuales basados en la más absoluta ignorancia, causa de tantas desgracias y de irreparables daños en la estructura de los pueblos, obras todas ellas de minorías inteligentes que pudieron intervenir en el nombre de la creatividad en épocas pretéritas o predemocráticas.

Quienes impiden la realización del proyecto alocado aprobado por el secretario del partido en la URSS son la Policía británica por un lado y la soviética por el otro, permitiendo esta la eficaz intervención de la otra dentro de un entramado detectivesco sumamente logrado por el novelista, pero penoso como conclusión para cualquier lector más o menos despierto. La pregunta que nos planteamos, al terminar este libro apasionante, sería la siguiente: si a esto hemos llegado, si es la Policía, más o menos secreta, la última Thule de nuestra posibilidad de supervivencia, entonces ¿qué es lo que nos está esperando? Nuestro destino estaría íntimamente vinculado al FBI, a Scotland Yard y a la KGB. No hay otra salida. Sería como abandonar una dictadura para caer en otra, pasar de Un mundo feliz a 1984. ¿Es esta la perspectiva que nos deja entrever Frederick Forsyth? Sería entristecedor.

En un mundo tan determinado por los servicios secretos, por las mafias y por toda clase de organizaciones sin rostro, que existen desde hace mucho tiempo, pero que nunca como hoy se han metido dentro de la marcha misma de los acontecimientos, se me ocurre plantearme el problema de ¿quién está detrás de esta novela? ¿Es un asunto que implica a los conservadores o a la Policía secreta británica en un intento de descalificar a los socialistas ingleses antes de las próximas elecciones? ¿O se trata de algo mucho más sutil, algo relacionado con un entendimiento entre las policías políticas de todo el mundo, quiero decir de todos los sistemas, unificadas no por las ideologías sino por el sentido común? No me atrevo más que [a] sugerir un tema, sin respuesta posible en este momento. O con respuesta literaria. ¿No sugirió Dostoievski en Los endemoniados la futura forma y el futuro contenido anímico del Estado soviético? ¿Por qué no ha de ser Forsyth el profeta de un Estado futuro discretamente controlado por la Policía, más moderada en este sentido, más realista y más aferrada al sentido común que unos políticos enloquecidos por la voluntad de poder? Si es que detrás de las policías no estuviese alguien, también. Recuerdo en este momento las palabras tan extrañas, tan empapadas de cristianismo y de dolor ante el curso irreversible de la realidad, que me dijo, antes de morir, el almirante Carrero Blanco: "Y detrás de todo está el demonio." Frase que hubiera encantado a Dostoievski, como a todos los escritores católicos del siglo XX.

Otro tema interesante y actual que plantea el novelista inglés es el de la manipulación de las masas, en Inglaterra como en todo el mundo, por la misma central desinformadora y que alcanza hoy su punto más terrible organizando manifestaciones pacifistas cargadas del humo de Satanás, con la ayuda de las masas cretinizadas por los mass media y con la de clérigos e intelectuales de la más baja especie. "Los movimientos pacifistas –en su mayor parte de izquierda y unidos al menos por una vez– montaban lo que era, en efecto, una campaña paralela propia. (Paralela a la de los laboristas, n.n.) Casi diariamente se realizaban grandes manifestaciones, recompensadas con la atención igualmente reiterada de la prensa y la televisión. Los movimientos, aunque no contaban aparentemente con importantes organizaciones para recaudar fondos, parecían capaces de alquilar, mediante sus recursos combinados, cientos de autocares a buenos precios para transportar a sus manifestantes a todas las partes del país."

Y más adelante: "Las lumbreras de la izquierda dura del Partido Laborista, agnósticos o ateos en su totalidad, compartían todas las tribunas públicas o de televisión con clérigos del ala progresista de la iglesia anglicana, y los miembros de ambos grupos empleaban el tiempo que se les concedía asintiendo gravemente a las opiniones manifestadas por los otros." Es la historia misma de casi todo lo que está ocurriendo. Clérigos politizados, manipulando mujeres, adolescentes y obreros, forman el material del que necesitan los extremistas de la izquierda para desestabilizar el régimen capitalista. Esto no me parecería mal si la solución que estos extremistas proponen no fuese la peor de todas, incluyendo todas las soluciones políticas de los pasados más desastrosos de la humanidad.

Me planteo, pues, otra pregunta: ¿qué relación podemos establecer entre este tipo de libros y la literatura? Y, si esto no es literatura, ¿cuál es el futuro destino de la novela en una sociedad interesada, cada vez más, solo por este tipo de lectura? Y también: ¿Cuál es la responsabilidad de los editores ante la posible desaparición de la literatura como técnica del conocimiento? Porque, si leer implica solo pasar el rato, con la dosis de taquicardia que nos regala al final El cuarto protocolo, entonces pronto nos veremos privados de una posibilidad fundamental de conocer. De la misma manera, una técnica enfocada como sustituyente [sic] de la ciencia, en sus aspectos más espectaculares pero más destructores del conocimiento también, nos sugiere el futurible de una humanidad conquistada pro los aspectos más deletéreos de la ciencia y sus realizaciones más próximas al bienestar burgués, pero privada de un importante instrumento investigador. Si nos dejamos convencer por el hecho de que la ciencia no sirve para nada, y tampoco la matemática o la física pura, puesto que es la técnica la que, en el fondo, representa el progreso más palpable y pragmático, entonces, igual que en La máquina para explorar el tiempo de H. G. Wells, llegará el momento en que, al dejar de comprender los instrumentos que nos hacen volar o calcular, dejaremos también de saber utilizarlos y, menos todavía, de fabricarlos y entonces lo que nos espera es el regreso al estado salvaje. Lo que nos aguarda detrás de la esquina llamada ignorancia, incluida en nuestro divorcio del conocimiento. La ciencia como la literatura, o el arte y la filosofía, son lo que nos permite avanzar y no la técnica o las diversiones literarias o ideológicas, subproductos de las técnicas del conocimiento. 

Vintila Horia, en El Alcázar (fecha desconocida)




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